viernes, 19 de agosto de 2022

La Sociedad de Naciones en San Sebastián

 La Sociedad de Naciones en San Sebastián

EL año de 1920 se celebra en la ciudad de San Sebastián, el séptimo Congreso de la Sociedad de las Naciones. Se elige nuestra Ciudad, no como población de gran

número de habitantes; ni como una ciudad de colosales proporciones. Pero si, como capital de provincia de una nación neutral.

De condiciones precisas para aquella tan importante e histórica reunión. Lo veremos más adelante.

La Sociedad de las Naciones -como su mismo nombre lo indica- es una reunión de importantes naciones del mundo,para fundamentar, en bases que al parecer habían de ser inconmovibles, la defensa de la paz y bienestar del mundo. El espíritu que les movía, no era nuevo. Ya en la época en que fué Santísimo Padre de la Cristiandad el Papa Benedicto XV -como veremos más tarde-, se escribió y comentó la más pura doctrina en aras de la paz. La Conferencia de la Paz comenzó dando al mundo la impresión de que su pensamiento básico era el hacer imposibles las guerras, tan implacablemente devastadoras, como la primera europea.Y de aquella Conferencia de la Paz surgió la ya olvidada Sociedad de las Naciones.

El gran campeón del idealismo de aquella unión, pretendió serlo Woodrow Wilson. Pero Wilson no tuvo la originalidad de la idea. Ya antes de Wilson, aquella Europa que siguió a la caída de Napoleón, destrozada y exangüe, odiando las guerras, concibió un ensayo de Sociedad de Naciones.

La Santa Alianza, Liga de los Príncipes y de los Pueblos, inspirada al Zar Alejandro I, por el misticismo de madame de Krudener, pretendía garantizar indefinidamente la paz del mundo.

Después han sido en gran número los hombres que, con más o menos acierto, inspiraban a los poderes públicos, una unión de naciones, que por su fuerza moral y material, pudiesen garantizar la paz de la civilización. El mes de agosto de 1917, Benedícto XV se dirigía a las naciones beligerantes con las siguientes admirables palabras:

«Por de pronto, el punto fundamental debe ser, que la fuerza material de las armas sea sustituída por la fuerza moral del derecho; de donde resulta, un acuerdo justo de todos, por la disminución simultánea y recíproca de los armamentos, según las

reglas y garantías que se establecen, en la medida necesaria y suficiente para mantener el orden público en el Estado, y por la sustitución de los ejércitos por una INSTITucIÓN DE ARBITRAJE, para una alta función pacificadora, según reglas a concertar; así como sanciones a determinar contra el Estado, que rechazase, sea el someter las cuestiones internacionales a un arbitraje; sea aceptar de él las decisiones. Pues bien; he aquí definida por la más alta representación de la lglesia, la esencia misma de la Sociedad de las Naciones. Pero si nos remontamos a los principios de derecho cristiano, concebido por los inmortales doctores de la Edad Media, nos encontramos con la clarísima exposición del Padre Suárez. Y no es necesario ir tan lejos. La misma teología católica del último siglo, en todos sus preceptos y doctrinas, nos señala de una manera que no deja lugar a duda, la magna idea de una LIGA DE PAZ, y hasta la misma teoría razonada, de una asociación de pueblos para el bien común de los unos y de los otros, que es lo que se llamó Sociedad de Naciones; que viene a ser lo que Taparelli, en su Tratado Teórico sobre el Derecho Natural, publicado en el año 1848, en Nápoles, enseñó de modo magistral.

Por último, y para no extenderme más en cuantos antecedentes doctrinales existen sobre la idea catôlica de la Sociedad de Naciones, me limitaré a señalar aquella otra de sapientisima doctrína, expuesta por León XIl en Novedades Religiosas, publicada

el 15 de febrero de 1919. ¿De qué ha valido todo aquello?

El mundo, desde hace millares de años, tiene la experiencia de los tratados, convenidos para toda una eternidad, y sin embargo


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