viernes, 19 de agosto de 2022

El Ayuntamiento conmemora la reedificación de San Sebastián (II)

 FUÉ el mes de octubre del año de 1913, cuando terminaron aquellas fiestas con las que el Ayuntamiento acordó conmemorar las fechas de 1813 y de 1863. 

Hubo del 1 al 10 de octubre, grandes conciertos vocales y no menos solemnes instrumentales. Se celebraron las representaciones de las óperas vascas. Entre ellas, Mendi Mendigan. Los partidos de pelota fueron muy notables. Pero en conjunto, todas las fiestas celebradas por el Ayuntamiento, fueron por su cultura y su sentido histórico, dignas de la ciudad donde se realizaron. Las descríbiré. De todas ellas he de destacar las dos, a mí juicio, más importantes. La inauguración del monumento conmemorativo À la Mísa de Requíem. Es el día prímero de septiembre, y el monumento, terminado y engalanado, se va a ínaugurar. La Ciudad es una pintura veneciana, rebosante de color.

Es aquella mañana el principio de una melodía. La calle siente la riqueza del alma donostíarra. Y la animación es un lienzo a todo pincel. Las colgaduras de los balcones delatan la doctrína patriótica. Y el ligero vientecillo que las hace ondular, es el céfiro que envuelve todɔ cuanto en la Ciudad se siente de recuerdo; de alegría y de verdad hístórica. 

Grupos de hombres y mujeres murmurean en grupos, por toda la Cíudad. Y el recuerdo de aquel San Sebastián de 1813, hace a todos, díscípulos brillantes de la historia. No se habla de otra cosa. El cielo siente una mirada de honda simpatía a la tierra y al mar de la Ciudad. Las dos miradas se confunden en el apogeo de la alegría, y la policromía de los uníformes milítares, da la sensación de la unidad de los ejércitos. 

Las sombras del Duque de Wellington y del General Rey pasan siniestras, y se ocultan con miradas oblicuas por las arboledas del Castillo. Y huyen avergonzadas, ante el recuerdo de sangre y de dolor, de los que fueron sus causantes. Oyense voces de mando. Entusiasmo callejero. Salida de tropas. Lá florida planicie de Alderdi-Eder, tiene una mirada de oración angelical. Las aguas de la Concha corren por la playa murmurando. Se adorna la Ciudad con los vergeles de las montañas que la rodean. Y la perfuman de mañana, con un aroma que parece riego de flores de altar.

Tiene en aquella hora matutina la cíudad de San Sebastián, la belleza de una florida palmera, ondulándose y címbreándose, a compás de la brisa, acompañados de los prímeros rayos de sol. Y un viento que envuelve toda la Ciudad con la suavidad de un damasco azul, acaricia los rostros de millares de personas. Entre grupos, los nombres de personajes que repite la historia, son el recuerdo de hoy. El... olvido de mañana. 

Hay una ansíedad de espíritu para presenciar aquellas horas hístóricas, que serán reflejo de las ya hace un siglo pasado. Todas las calles que conducen al gran campo de Alderdi-Eder, se han convertido en ríos humanos, que convergen al mar en calma, de dicho campo. Y las casas son como grandes ojos fijos en aquello que, como histórico espectáculo, se va a celebrar. 

Visto desde la altura de una montaña, es encantador; con temperatura enviada del Cielo, y con riqueza de color que írá aumentando a medida que las líneas del programa vayan desarrollando toda su hermosura. En toda la muchedumbre de esperanza, la ansiedad aumenta en momentos. El cuadro es para la paleta de un genio de la pintura. No es el acto mismo que se va a celebrar lo que conmueve. Es el conjunto armónico de todos los elementos que convergen en dos ideas. La idea del orden. El orden de la naturaleza. La verdad de la historia. Todo está unido en un solo punto.

Preparada para recíbir a las grandes masas humanas que, con uniformes militares, van a desfilar hasta la visión del monumento conmemorativo. Nadie diría que San Sebastián es una capital de provincía. Por los elementos que se congregan, recuerda una gran capital de nación. Las tropas salieron ya de los cuarteles, porque habían de ocupar los puntos estratégicos, y la unidad de la idea. Parte de ellos se extendieron desde el Gran Casino, en el lugar muy cerca del mar, hasta muy cerca de la que, en el momento histórico de que estamos hablando, es la Avenida de la Libertad, por la calle de Hernani. Ocupan el trayecto las siguientes unidades: Regimiento de Sicilia. Artillería e Ingenieros. Habían llegado de Madrid, para imprimír más grandeza al acto: el batallón del regimiento del Rey y el escuadrón de María Cristina. De tal manera el ímpetu de la muchedumbre empujaba en un brío de curiosidad indeclinable. Era tal el sentimiento popular ante el recuerdo de todo lo pasado. Del amor a la Ciudad. Del amor a la hístoría. Del perdón al olvido. De la presencía de tanta jerarquía y realeza, que hubo necesidad de que fuerzas de la guardia civil, a caballo y a pie, con agentes de seguridad y vigilancia, contuviesen a todo aquel pueblo, que ante el entusiasmo de lo que veían y sentían, intentaban llegar, si fuera posible, a palpar y abrazar las piedras y los bronces del monumento conmemorativo. El edificío suntuoso del Gran Casino -hoy Casa Consistoríal- refulgía bajo los rayos de un sol único. Fachada general y balcones se habían engalanado. Reposteros y banderas se cruzaban con la majestad de un Cíelo. Y allí abajo, en la terraza de tan bellas líneas, millares de personas palpitaban en sus corazones la ansiedad de aquel espectáculo de difícil superación. Con térmínos conocidos, estaba abarrotada.

En los balcones vibraba el públíco. Y todo el edificio del Casino, con sus dos torres de monasterío, era el ornamento de la más elevada belleza. La suntuosa decoración. Era aquél, un momento de efectismo a raudales. 

Sigamos con el lápiz dorado de la descripción, y digamos que toda la fuerza que delineaba tan militarmente al campo de Alderdi-Eder. Aquel lujo militar. Aquella formación tan admirada, estaba mandada por el Capitán General de la Región, Marqués de Valtierra. Ante aquel cuadro, con belleza de luces irradiando en uniformes y armas, llega la grandeza señoril, del Ayuntamiento de la Ciudad. Los Ayuntamientos siempre inspiran respeto. Le sigue la Diputación Provincial. Y la precede la clásica Banda Municipal, a los acordes de una música de inspiración colorista, que atrae la atención de millares de almas. Y siguen tras ellos, en primer lugar, los descendientes directos de los gloriosos héroes de Zubieta. Personalidades que pertenecían a la Junta del Centenario. Ex alcaldes de la Ciudad. Los alcaldes de Vergara, Eibar, Azpeitia y Vitoria. Cuando se dirige la vista a la tribuna de espectáculo jerárquico, el Cuerpo diplomático acude a la mente del espectador. El Nuncio de Su Santidad, como representación del Santísímo Padre. Está reverenciado por la muchedumbre que le rodea. 

Siguen los embajadores. Los ministros plenípotenciaríos. Los encargados de negocios de dístintas naciones. Allí estaba, en los lugares preferentes de las siguientes jerarquías: El Presidente del Congreso de los Díputados, que lo era el señor Villanueva. A su lado, los ex mínístros señores Barroso y Duque de Mandas. El señor Obispo de Marruecos y el Reverendo Padre Cervera. 

La Junta del Centenarío ocupa aquel lugar, que al recordar sus trabajos merece, y efectivamente lo ocupa, de acuerdo con las normas establecidas. No falta ni un solo miembro. Y a su lado, aquellos invitados que por su cultura; su saber histórico; su raigambre en la Ciudad; su amor a lo pasado y su relieve en lo presente, merecían figurar en uno de los mejores lugares señalados para tan magno acontecimiento. 

El Ayuntamiento de aquella época, bañado en el aire de la gracía y la cortesía, fué ejemplo de acierto singular. El número de estos invitados fué tan numeroso como selecto. Pero tampoco faltó la brillantez de las sociedades donostiarras. Senadores, diputados. Ex ministros que no figuraban en la vida pública. Personalidades de toda España. Escrítores. Artístas. Políticos. Era aquel momento de ínnumerables personalidades, la espera incomparable de emoción, de la llegada de Sus Majestades los Reyes de España. De toda aquella grandeza sín comparación terrena, del alma de la realeza. 

Seguiremos en el próximo capítulo, y terminamos.

(Adrián de Loyarte)

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