viernes, 19 de agosto de 2022

La entrada de la ciudad de San Sebastián por el mar.

 COMO ya dije en el anterior capítulo, la tercera entrada de la Ciudad, es la que se verifica por el mar. La entrada por mar, como tercer agujero de San Sebastián, es de un efectismo impresionante. Cuando la visión es algo lejana, las dos montañas de Urgull e Igueldo surgen como dos emociones líricas; la Isla de Santa Clara es una inspiración de melodía, y la llegada a la bahía, el sentimiento más vivo de amor a la naturaleza, creada por Dios para admiración del hombre.


Es entonces la Ciudad una extraña maravilla, donde encarnan las montañas que la circundan, y la misma Ciudad, que recuerda el arte urbanístico al pie de una cordillera. La entrada a San Sebastián por el mar tiene un encanto extraordinario; en días de primavera o verano son los reflejos del sol, que inunda de matices multicolores todo un anfiteatro; es la misma bahía que parece abrazar toda manifestación del espíritu, la misma belleza del agua y de la arena, que forman la unión de los colores más diversos.


A medida que se va acercando a tierra y se abarca el arco de toda la Ciudad, el contraste de la estética es de inmejorable belleza. Cuando yo he llegado alguna vez a experimentar la sensación de la sonoridad, es cuando a la aproximación de la playa, toda la sucesiva rompiente ha alcanzado una vibración de ritmo. He pensado de cómo las fuentes del arte, tienen una visión o una expresión de la más profunda sencillez.


La ciudad de San Sebastián, vista desde el mar, es de tal encanto al abandonar el horizonte infinito; produce tal goce de los sentidos, que parece un cambio físico, sin poder apreciar el verdadero sentido de la belleza. Así, San Sebastián es una ciudad excepcional. Cada trozo del mar que la rodea es un momento de meditación, y cuando se entra en su bahía, es a su mano izquierda, uno de los más bellos rincones; todo el contraste del solar viejo que recuerda el antiguo.


Sigue la construcción de todo el urbanismo de mediados del siglo XIX; y cuando ya llega el centro de la Ciudad, la belleza del anfiteatro de la Concha, es visto desde el mar como la delinearon aquellos artífices de San Sebastián, del principio del siglo XX, y todo el conjunto de algo que produce una gran sensación de belleza difícil de superar.


Recordemos ahora la historia con la expresión de la belleza como principio del arte. Vamos ahora al mismo fundamento de la historia como principio de la Ciudad. Y al dirigir la vista desde el lado inclinadamente derecho de la bahía, y deteniéndonos en el avance de Ondarreta, siguiendo todavía más a la derecha, allí está el lugar, totalmente reformado, que fué en su origen la entrada de aquel primer puerto defendido por grandes diques. Pero el desnivel entre la superficie de la bahía y la del puerto, que dicen los antiguos documentos, era de tal proporción que nunca mantuvo seguridad absoluta. El primer puerto de San Sebastián, que bañaba toda una originaria población, corrió varias veces peligro de ser sumergido por el ímpetu de las aguas de la bahía. En los días de grandes temporales, el peligro era algunas veces inminente; con vientos forzados del cuarto cuadrante, no sólo era peligrosísima la entrada en el primer puerto que tenía San Sebastián, sino también la ruptura de los diques.


Los nombres de Portuondo, Portuaundi, Portuechie, llevan todavía a nuestros recuerdos históricos, la existencia del puerto y villa de San Sebastián; del mismo modo que en Terranova los epitafios de numerosas sepulturas de nombres vascos, que poblaron las pequeñas islas. 


El llamado Antiguo, y en su lado derecho entrando por la bahía, es el primer puerto de San Sebastián, y fué en sus cercanías, la primitiva población desde los primeros siglos del cristianismo. ¿Fué la antigua Hizurun, la que se hundió entre los mares? No sé si puedo asegurar que una excavación bien estudiada podría dar por resultado el hallazgo de la población de San Sebastián primitivo; el San Sebastián antiguo, aquel que a pesar del hundimiento dejó recuerdos de su remota antigüedad. El estudio de la pila bautismal descendiendo del año 1400, daría, a no dudarlo, un resultado positivo.


Pero no es este el lugar ni el momento de ahondar en fechas tan lejanas de la historia de la que fué vilia de Hizurun o villa de San Sebastián. Pues bien; estas son las tres entradas que he descrito de la actual Ciudad, y nos dan una idea exacta de su magnífica belleza. Estas entradas han ido reformándose a través de los años; los que sólo conocían la entrada por la calle Matía, quedarían asombrados ante la belleza de la Avenida de Zumalacarreguí; la Avenida de aquel insigne caudillo, héroe de tantas y tan reñidas batallas; tiene la suavidad de una alfombra cuando se entra a la Ciudad.


La entrada por el mar al puerto y muelle, tiene hoy una actividad distinta de la que existía al principio del siglo XX. Pero se entra por el muelle, no sólo a la antigua, sino a las viejas calles de la Ciudad, salvadas del incendio y del saqueo, y dos templos de los siglos XVI y XVIII, y un edificio convento del siglo XVI de la orden Dominicana, de lo que podemos admirar y enseñar.


Y aquí llegamos, con la descripción de la entrada, a una fase distinta de la misma población, y a la necesidad imperiosa de conservar todas las bellezas de nuestro paisaje, con un cuidado exquisito. Nosotros no podemos compararnos, en todas las bellezas del arte religioso ni de arte profano, a otras capitales de España. Esto es evidente. No poseemos la riqueza catedralicia de Toledo, ni sus tapices, ni pendones, ni estandartes, ni menos una portentosa custodia como la de Arfe. Tampoco esas maravillosas catedrales de León, Burgos y Sevilla. No tenemos arte profano, ni lienzos de arte religioso como en las capitales de Sevilla, Córdoba, Valladolid. Todo esto es algo de maravilla, que recuerda lo inmortal; el hombre profundamente religioso se arrodilla y anonada; el estudioso y observador encuentra temas para escribir literatura, también inmortal; y el turista, sabio o profano, invade templos y museos para embobar su curiosidad y admirar su grandeza, sin igual en el mundo. Esto es evidente.


Pero en cambio, la mayoría de esas poblaciones, carecen de la obra creadora de Dios, que nuestra querida ciudad de San Sebastián la tiene como un espléndido regalo de la Naturaleza. Tenemos ese paisaje tan bello y tan atractivo, de una suavidad encantadora, que por cualquier lado que se le mira no admite superioridad de comparación. Tenemos un horizonte tan divino, que ninguna persona de mediana sensibilidad se cansa de admirar; cordilleras de montañas cerca de la ciudad misma; una bahía como la de la Concha, que cuanto más se contempla, cuantos más años pasan, siempre está bellísima y de incomparable grandeza. Y más gusta. Y esto, aparte del arte religioso, es la riqueza de la ciudad de San Sebastián, la que debe cuidar y la que tiene que mantener.


Cuando se construyó el ferrocarril del Monte Ulía, el éxito fué tan magnífico que diariamente subía el público a contemplar todas las bellezas que encerraba. La familia Real le dió distinción. El monte Ulía carece hoy de ferrocarril y de funicular. He aquí un trozo de vida donostiarra que se ha abandonado. No es que se haya perdido, porque la belleza de Ulía no se pierde mientras exista; pero carece de la vida veraniega, y aun local, que le dió renombre paisajísta a San Sebastián.


Y aquí está el secreto de la Ciudad; en saber aprovechar todos aquellos matices que son su mayor encanto. Y sobre todo, distinción. Cuando llegaban a la ciudad de San Sebastián la Princesa Pignatelli de Aragón para visitar a la Infanta Eulalia; cuando el Duque de Oporto llega a nuestra Ciudad, acompañando a la Reína Pía, y el Alcalde, al recibirla, la saluda en nombre de la Ciudad y la ofrece un ramo de flores; cuando el Príncipe Pío de Saboya llega, trayendo para el Ministro de la Gobernación las insignias de la Gran Cruz de San Gregorio el Magno, concedidas por su Majestad; cuando todo era grandeza y distinción. San Sebastián no cedía a nadie en rango y en señorío. Ni tampoco hoy.


Pero hay algo, que entonces secundaba la iniciativa privada con casi o ninguna ayuda de las Corporaciones.


Eran aquellos grupos de personalidades financieras, de donostiarras acomodados, que con iniciativas felices, ornamentaban la Ciudad. El siglo XX, en su primera mitad, ha sido para San Sebastián el siglo de un progresivo desarrollo. Ahora, lo difícil es saber seguir encontrándose con una ciudad en pleno crecimiento y no atrofiarse.


Hemos hablado de las tres más bellas entradas de la ciudad de San Sebastián. He recordado históricamente, el hundimiento de la primera villa de San Sebastián. He llegado a un momento en que me venía a la mente la palabra «turismo». Me había olvidado de ella, con encontrarse hoy sobre el tapete...


Pero comentar el siglo XX en su primera mitad y no hablar de turismo, en el verdadero sentido de la palabra, parece una falta a una de las actividades más fecundas que ha llegado a la Ciudad.


La ciudad de San Sebastián no ha buscado el turismo, el turismo ha venido a la Ciudad; no ahora, sino, con otro vocablo, hace ya dos siglos. Turismo es un origen de visitantes de San Sebastián; de quién ha llegado y de quién se ha marchado.


Turismo es algo asimilable en toda ciudad de atrayente interés. Más adelante lo comentaré con la misma amenidad histórica con que se comentan los hechos y episodios más salientes de la ciudad de San Sebastián.


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