sábado, 13 de marzo de 2021

Fiestas y grandes conciertos.- Llegada y estancia de la fragata alemana "Stein".

 NO hay nada más bello en una población, que la buena organización de sus fiestas. Fiestas religiosas. Fiestas civiles. Fiestas populares. En los tres tipos de fiestas, ha sido la ciudad de San Sebastián, un modelo de organización. En la música ha sabido contratar a los artistas más eminentes. En la organización, excursiones marítimas. En la Fe, un orden perfecto en la solemnidad de sus procesiones.

En 1901 San Sebastián contaba con treinta y cinco mil quinientos ochenta y tres habitantes. En 1902 con treinta y seis mil quinientos cincuenta y dos. En 1903 con treinta y siete mil doscientos veintinueve. Y mientras su población iba aumentando en proporción aproximadamente de mil por año, llevaba a cabo construcciones de grandes edificios. Perfección de sus vías y calles. Fertilidad en su vida comercial y social. La estética de toda la Ciudad alcanzaba alta emoción. Con menor número de habitantes que los que he citado; con bastante menor número, la ciudad de San Sebastián había levantado un gran edificio. El edificio del Gran Casino. Sobre este rasgo de audacia, hemos de comentarlo en capítulo aparte, amplia y solemnemente. Será comentado en historiador. Pero en este caso, en historiador objetivo. Dentro de los cincuenta años de vida donostiarra, el edificio más bellamente discutido, no puede pasar sin el comentario, que al faltar, dejaría de hacer la verdadera historia. Pero cuando se levantó el edificio del Gran Casino, la ciudad de San Sebastián ya contaba con bellos jardines públicos. A principios de este siglo, sus jardines, sus plazas y paseos, son los más bellos de una ciudad moderna.

Hemos comentado con anterioridad, aunque muy brevemente, de artistas tan eminentes como Sarasate, Bauer y Casals. Estos artistas intepretaban música de los más grandes compositores. Esta música se hacía en los salones del Gran Casino. A principios de este siglo, Bauer y Casals habían ya llegado a la ciudad de San Sebastián. Era en aquellos días en que don Miguel de Unamuno pronunció un discurso tempestuoso en los juegos florales de Bilbao, que por un lado causó escándalo y por el otro un caluroso aplauso. Y el país se dividió en dos bandos irreconciliables. Pero Bauer y Casals llegaron para interpretar, con maravillosos instrumentos, una música cuya dulzura, se escuchaba en el Cielo. El Gran Casino organizó el concierto. Y Bauer, al ejecutar el concierto en «la», de Chopin, demostró de un modo innegable, que sus dedos en el teclado, conmovían arrebatando de vibración a aquel público que inmediatamente escuchó el tercer tiempo.

Bauer no era conocido en San Sebastián. Sólo pudo haber sido contratado por una entidad cuyas características financieras le permitían aquel lujo soberano. Y Bauer, en medio de un público que sugestionado le aplaudía, interpretó la gran fantasía de Las Walkyrias y un aire del Baile de Bluck, arreglado por Saint Saens.

Con Bauer ejecutante, émulo de Rubinstein, y que desde este genio del piano ningún otro artista pudo superarlo en delicadeza y sentimiento, a juzgar por la más eminente crítica europea. En la época que estamos describiendo, llegó Casals.

A Casals le oyó San Sebastián en distintas ocasiones. Nosotros recordamos -aparte de sus conciertos- cuando interpretando música religiosa, permanecíamos conmovidos en el coro parroquial de la iglesia de Santa María, aquel 8 de septiembre memorable. Tomaron parte la gran Orquesta del Casino, el Orfeón del Centro Católico-al que yo pertenecí-. Se cantó la célebre misa de Santa Cecilia, de Gounod.

Para orgullo de la ciudad de San Sebastián, lucieron sus voces maravillosas, tres grandes tenores de catedral. Los tres hermanos Vidarte, de las tres catedrales metropolitanas de Tarragona, de Granada y de Burgos. Aquella Misa solemnísima, como no se ha oído otra igual en la ciudad de San Sebastián, con las voces magníficas de los tres tenores de primer orden; con cuerda, madera y una masa orfeónica de perfecta unidad y empaste, constituyó un homenaje de acatamiento y veneración a la Divina Majestad, en día tan memorable para la capital de Guipúzcoa, como el 8 de septiembre. El Ofertorio de aquella Misa, fué el momento en que Pablo Casals lució sus portentosas facultades de eminente ejecutante.

Aquel instrumento del violoncello, en los dedos de Pablo Casals, eran dedos que arrancaban a toda la longitud de las cuerdas, los más patéticos sonidos y los timbres de los más variados registros. La expresión melódica; aquel violoncello, que sólo él dialogaba con la voz humana, ante un silencio purísimo. La emoción de los millares de almas que le escuchaban; las voces enmudecidas del Orfeón, que cantaba la Misa, bajo las bóvedas del arte puro de la iglesia de Santa María la Mayor, fué un momento, que sin ninguna hipérbole, puede recordarse como lo fué: sublime.

Llegó Casals a la ciudad de San Sebastián después de haber sido escuchado en los escenarios y salas de las principales capitales de Europa. El verano que tocó en Santa María, le oímos también en el Gran Casino, aquel concierto suyo, con la gran orquesta, ejecutando el concierto de gala. La sonata de Locatelli, con una pureza de expresión, con la brillantez y maravilla de ejecución, que desde entonces no hemos escuchado nada, ni parecido.

La sala se conmovió en tal forma, que cuando al final, con Bauer, interpretaron juntos la admirable sonata de Saint-Saens, mar. no existen palabras admirativas para describirla. Y ya nos situamos en el mes de agosto de 1901. Tenemos nuestra vista en el Y lo prefiero en masculino, porque no puedo concebir, que a un elemento del máximo poder, después de Dios, se le trate en femenino. Y el mar, que aquel día era todo sentimiento, nos trajo desde muy lejos, la entrada en la bahía, de tantos matices de color en pugna, la fragata alemana «Stein>.

La fragata «Stein» ha llegado a nuestro puerto. Es la escuela de guardias marinas. Desplaza dos mil ochocientas cincuenta y seis toneladas y tiene a bordo cuatrocientos cuarenta y seis tripulantes. Lo manda el capitán de fragata Bachein. En su honor se celebra una de las más importantes regatas de yolas. Tiene carácter internacional. La organiza el Real Club Náutico y se disputa nada menos que la copa de honor de Su Majestad la Reina.

Este solo hecho, despierta el máximo interés. Y se inscriben seis yolas de Arcachon; dos de París; ocho de Bayona; dos de Agen; una de Barcelona; varias tripuladas por guardias-marinas del «Stein» y varias embarcaciones del Real Club Náutico de la ciudad de San Sebastián. También se iba a celebrar aquellos días una Asamblea de Clubs Náuticos, y para presidirlo llega don Antonio Maura.

Pero la primera fiesta que se celebra en honor de Jefes y Oficiales, es la «garden party», en el Real Palacio de Miramar. El Club Náutico prepara un lunch en la «casa-bote», en la bahia

de San Sebastián. La garden-party», en los jardines del Real Palacio de Miramar, tuvo la resonancia del buen gusto, solemnidad y grandeza de una fiesta real.

Cierto que el tiempo, que de madrugada se levantó nublado, parecía deslucirla, pero no fué así. Su Majestad la Reina María Cristina se dignó ordenar la distribución de las invitaciones. Ascendieron éstas a mil doscientas. La concurrencia -ornamento de aquellos jardines y residencia real- fué de la máxima distinción. Con los Jefes y Oficiales de los marinos alemanes, asisten los Ministros, Embajadores, Generales; políticos como don Eduardo Dato; artistas como Benlliure; músicos tan eminentes como Baldelli, Sarasate y Casals. Alcalde y presidentes de la Diputación y de la Audiencia. Ejército. Magistratura. Intelectualidad. Aristocracia. Todo cuanto de distinción y significación social figuraba en la ciudad de San Sebastián. Es un episodio histórico de la máxima belleza y colorido. -

Y cuando las cuatro de la tarde, era el lenguaje de las campanadas de todos los relojes de San Sebastián, ya habían formado en Miramar los guardias marinas que componían la fragata <<Stein»>. Y allí también, junto a ellas, el Embajador de Alemania, señor Radowitz. Son las cuatro y cuarto. Baja la Familia Real por la gran escalera central y aparece ante la concurrencia la Reina María Cristina, el Rey y la Reina. La Reina viste distinguidísimo traje gris perla, de raso. Su Alteza, la Princesa de Asturias, de negro -a causa del luto, por la muerte de la Condesa de Trepani-. La Infanta María Teresa, de raso amarillo. Su Majestad el Rey, de guardia-marína, y et Príncipe de Asturias, con el uniforme de Estado Mayor.

Besadas las Reales manos por todas las Autoridades y altas personalidades -ya en el jardín-las Reinas y el Rey se dignaron conversar con las más eminentes figuras de la política. La Reina habla largamente con el comandante de la «Stein» y los guardías marinas alemanes. El Rey, con Baldelli, Sarasate y Casals. La Reina y el Rey, con Embajadores, Generales, Políticos como Dato y Romero Robledo, entre otros-, Oficiales de la Escuadra y personalidades.

Dos bandas militares y la música de la Escuadra -que se hallaba en el acorazado Pelayo- hicieron de aquel momento, la armonía de un gran concierto melódico. Y allí, en el parque que divisa el panorama de los mares y montañas que ornamentan la Ciudad, la gran mesa; la sensación delicada y fragante de todos los exquisitos manjares y bebidas que el más exigente pudo apetecer.

El te Real, sobre la hermosura de un césped, cubriendo aquel suelo de secular tradición histórica, con rosas, azucenas y claveles a los lados de los jardines y bosquecillos, forma el lmperio coronado, de un atardecer de gala y alegría.

La ciudad de San Sebastián cuenta con todos los elementos de una estancia agradable. Los marinos alemanes, que en el Real Palacio de Miramar encontraron la más sugestiva acogida, al día siguiente van a los toros, y con la plaza llena, entra toda la tripulación. Los guardias marinas, las gradas. Y los oficiales, el palco del Ayuntamiento. Los toros son de Saltillo. Fuentes hace una de sus mejores faenas, y con toda la plaza, los marinos le aplaudieron con el mayor entusiasmo.

Allí se encontraba la gran actriz francesa Gabrielle Rejane, que actuaba en el Casino. Llegan los primeros días de septiembre. Y siguen las fiestas en honor de los marinos alemanes. Se celebra un concierto. Es en el Gran Casino. Se redacta el programa en alemán. Los palcos engalanados, lucen el pabellón del Imperio alemán. Asiste la Familia Real. La sala, totalmente llena, tiene un colorido de máxima sugestión, que coronan los compases de la Marcha Real cuando los Reyes, al entrar ocupan el palco Real. Pero no fué sólo la ciudad de San Sebastián la que pudo saborear el deleite de aquellas honestas fiestas de los grandes recibimientos y de las estancias agasajadas.

El vecindario de Pasajes presencia con la fragata alemana, que fondeó en el mismo centro de las aguas de su puerto, la llegada de la Familia Real. La escampavía guipuzcoana, conduciéndola a bordo. El Embajador. El comandante del barco y los oficiales reciben a los Reyes. Mientras toda la marinería en las vergas irrumpe los vivas de ordenanza. Los cañones retumban con disparos a los aires.

Pasajes presencia aquel bellísimo espectáculo. Pero todavía el Ayuntamiento de la ciudad de San Sebastián seguirá con la más refinada cortesía, organizando fiestas en honor de los marinos de la fragata <Stein>.

Es bien tradicional, que las fiestas organizadas por los Ayuntamientos, han sido siempre muy elogíadas. Por el orden, el arte y la esplendidez, sin despilfarro. Así veremos en páginas sucesivas y recordaremos, todo cuanto llevó a cabo San Sebastián para enaltecer su rango de gran ciudad.

En el siguiente capítulo, comentaré la organizada por el Ayuntamiento de la ciudad de San Sebastián.

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