viernes, 19 de agosto de 2022

"La Baskonia de Buenos Aires".- El "Guernicaco Arbola" cantado en ruso.-Marcelino Soroa.

 EL recuerdo que en dos capítulos consecutivos he dedicado al bardo guipuzcoano José María Iparraguirre, me ha traído a la memoría otro no menos interesante para el país. Para San Sebastián. Es el recuerdo a aquella notabilísima revista titulada «La Baskonia», que en Buenes Aires se publicaba. Era revista euskaro-americana; se fundó hace ya largos años. Su colección la forman muy numerosos volúmenes. Los poseo en su mayoría, desde el mismo año de la fundación. Y si alguna publicación puede adjudicarse el título de revista, es ésta que nació con el título de «La Baskonia». 

Era, en realidad, revista y observación. Revista de todas las noticias; sucesos y artículos literarios referentes a todo el país vasco. A sus episodios, a sus hombres antiguos y modernos. A toda su hístoria. «La Baskonía» publicaba con preferencia asuntos referentes a San Sebastián. En conjunto mantenía el fuego sagrado de amor a todas las cosas del país. Desde la familia hasta la alta cultura. Desde la religión hasta la vida honesta de la expansión colectiva, en todas las costumbres, Desde lo más ínfimo a lo más elevado. Pero además, por su característica modalidad, era el portavoz de todo lo nuestro, en las más apartadas y lejanas tierras de la América del Sur. Especialmente en la Argentina. 

Era una revista sencilla en su factura; bella en su presentación. Pero sobre todo esto, leída por millares de vascos de la înmensa colonia de Améríca. Uriarte, su fundador, no pensó cuando la fundó, en el lucro ní en la ostentación. Sencillamente en sentir y hacer sentir el amor al país, a todos los vascos de la América española. 

Se fundó «La Baskonía» el año de 1892. Y fué su brazo derecho, don Francisco Grandmontagne. Su más importante colaborador. El fué el autor de innumerables artículos. El que dió vida literaría a la hístoría de multitud de personajes insignes de Vasconia. Si el Dírector era su mísmo fundador, don José Ramón de Uríarte, Grandmontagne le secundó con tal leal eficacia, que desde los primeros números relucía en aquellas páginas, los rayos de esplendor de la más interesante doctrína hístóríca. 

Las biografías vibrantes y eruditas de las más célebres figuras del país. A través de aquellas serenas y encendidas páginas, se empapaba el lector del alma heroíca de tantas figuras. Y con las biografías, ornamentaban las páginas con aquellos hombres ilustres, cuya lísta es, por lo extensa, imposible de publicar en los límites de un capítulo. 

En aquella galería destacan Esteban de Garibay, el gran hístoríador; Urdaneta, el insigne agustino; Baltasar de Echave, primer magistrado de la Real Audiencía de Méjico; Juan de Icíar, autor de la prímera Ortografía Española; General Francísco de Echeveste; González de Andía; Juan de Garay, fundador de Buenos Aires; Hilarión Eslava, insigne compositor de música sagrada; Antonío de Oquendo... Y entre estos hombres, figuras salientes de la hístoría, me encontré también yo, con aquel retrato y texto a toda plana, cuando mis primeros libros, y en una juventud pletórica de ílusíones y sueños, se publicaron con aquel inmerecido éxito. 

¡Ah!, juventud, divino tesoro; frase tan vieja como siempre nueva. Confieso que cuando yo me vi en tan importante publicación, con mi vera efigie, que con el texto ocupaba toda una plana, nunca sentí emoción más serena, ni alegría de más hondo espírítu. Era el sueño sin una gota de vanidad; el goce de la pureza de una juventud de ardoroso romanticísmo. Después..... Continuemos adelante. 

La Revísta «La Baskonía», entre la hístoria biográfica de tanto hombre ilustre, seguía publicando crónicas de todas partes. Era una inteligente recopilación de todo lo de más interés, recogido de doctas publicaciones del país. Por su característíca modalidad, recordaba a la revista «Euskal-Erría», y por su fondo a las mejores revístas regionales.

 Fué quien dió a los argentinos la noticía de que el «Guernikako Arbola» se había cantado en ruso por los artistas que en aquella época se hallaban en moda: el maestro ruso Slaviausky y D'Agrenneff. El maestro Denetry, dírector de la capilla, perteneció a ímportantes sociedades artísticas. Y a fines del siglo XIX, esta família, con madame Olga, se encontraba en San Sebastián. 

En esta capital y en Bilbao, cantaron el «Guernikako Arbola», con tal justeza y expresión, que se vieron obligados a repetir a petíción del público. De este originalísimo epísodio, los periódicos de San Sebastián -como seguía diciendo «La Baskonia» - se expresaban en los siguientes términos:

No se sabe de quién fué la idea de que los rusos cantaran en vascuence; ello es, que el maestro don José María Echeverría al piano, y Tabuyo cantando el famoso zortziko de Iparraguirre, a presencia de la capilla rusa, sirvió para que ésta, enamorada del canto, decídiera cantarlo. Fué obra de poco tiempo. Cogió la paritura para píano la señora del dírector... y a los pocos momentos armonizaba el «Guernikako Arbola» para ocho voces; dos bajos, barítono, dos tenores, dos tiples y la tiple que lleva el canto. Esta dice la primera frase, y la corean después las demás voces. El efecto es muy agradable, y todo el zortzico resulta armonizado, con tanto gusto, que bien puede asegurarse que nunca se ha oído el «Guernikako Arbola» así cantado>..... «También es curioso-continúa diciendo el periódico de la época que estamos hablando- el siguiente detalle. Han escríto la letra en ruso; es decir, la pronuncíación vascongada en ruso. De modo que lo que pronuncíado por ellos resulta en nuestros oídos la letra del célebre canto; escrito, resulta algo de imposible comprensión para el vascongado y para el castellano. Por último, la señorita Margarita cantó el zortziko Lo Lo, de modo irreprochable,y con una dulzura de las canciones rusas, con dicción guipuzcoana pura.

Pero «La Baskonía», de Buenos Aires, se preocupaba con un interés especíal de la colaboración de la vida de San Sebastián. Allí colaboraba don Marcelino Soroa, con el pseudónimo de <Omar-Celin». Eran sus crónicas de un gracejo irónico, que daba a su pluma un interés y un matiz especial. No había detalle del alma popular que «Omar-Celin» no lo recogiera, para convertirlo en matería de interés local. Sus crónicas eran bilingües. Lo mísmo en vascuence que en castellano. Y desde la humorada titulada «Dendetan», que quiere decír, «en la tienda», hasta las «Crónicas donostiarras», síntesis noticiero de cuanto a fines del siglo XIX ocurría en San Sebastián. «Omar-Celin, fué siempre el corresponsal del mayor interés.

De la personalidad de este vecino de «Iru-chulo», hablaremos más extensamente en otro capitulo. Pero no podemos olvidar, al referirnos a la revista «La Baskonía», a uno de sus más interesantes escritores. A don Angel Muro. Este escritor, con don Angel Pírala, acertaron a recoger con observación directa de la vida donostíarra, una parte de su personalidad. Especialmente en los veraneos. Muchos datos y epísodíos relatados por este escrítor, don Angel Muro, se han tomado y publicado, sin que se haya tenido en cuenta la debida cortesía literaria. Y así nos dice «La Baskonia» de Buenos Aires, por medio de don Angel Muro, lo que daba de sí, la pintoresca «hotelería» de San Sebastián. 

Las veinte o treinta casetas alineadas en la playa,formando tantos grupos como propietaríos había. Echenique, Zabaleta, Machímbarrena. El coste de los baños, que era un real, y dos con bañero o bañera. Cómo eran los trajes de baño de las señoras, que eran de unas blusas largas y amplias, de estameña, con una papalina de hule, y cómo los hombres, separados de las mujeres, usaban la menor cantidad de calzón. 

Pero apenas sí había como población flotante de unas setecientas a ochocientas personas. Había un solo café, que era suficiente, según decía Muro, para «dar abasto» —palabras textuales -a la población. Y estaba situado frente al Teatro Príncipal. Los domingos y fiestas de guardar, durante el verano, había sorbetes de mantecado y límón, rozado para un centenar de consumidores. Y el peluquero y «rapabarba» de la capital mejor instalado, se encontraba en una tiendecíta de la Plaza Vieja, çuya muestra decía: «Aquí se rejuvenece». 

Pues bien; estos y otros detalles que amplíaré en otro momento, los publicaba en un extenso articulo, «La Baskonia» de Buenos Aires, con la firma de don Angel Muro, retrotrayendo su información justamente a mediados del siglo XIX. 

Pero hay algo que sorprende al historiador y al investigador de fechas, momentos históricos y actos celebrados. En el próxímo tomo, hablaré de dos episodios de lo más interesante de la vida de San Sebastián. Uno del siglo XVII y otro del XIX, y quien siga con interés estas narraciones históricas mías, ha de sorprenderle cómo aquella modesta población de medíados del siglo XIX, vivía social y políticamente en una escala inferior a la del primer siglo citado. 

Y de estos dos hechos, se saca la consecuencia de la ruina total de la Ciudad en el año de 1813. Sigue todavía el interés de la revista «La Baskonia» de Buenos Aíres. Así como ya se celebró el centenario de la gesta de lparraguírre, «La Baskonia» de Buenos Aires, consagró páginas enteras a enaltecer toda la vida de aquel bardo genial, que inmortalizó su himno tan célebre y por otro lado, tan sencillo. 

«La Baskonia» le dedicó un número extraordinario. Colaboraron las firmas de escrítores ilustres. Y pudo demostrar aquella revista bonaerense, todo el amor que sentía por la vida, costumbres y hombres célebres de toda la región vascongada.

 Entre aquella revista y el sentimiento euskaro de esta región, exístió siempre un hilo irrompible. Ni la distancia que nos separaba, ni el desconocimiento físico de las personas, fué motivo para que la unídad espiritual faltase y se ignorase. No. Las páginas de «La Baskonia» eran la misma alma. Idéntico espírítu. Igual sentimiento. 

Y los que vivíamos espirítualmente a través de aquellas págínas, éramos como quien habla y conversa sobre los mismos asuntos, al pie de una frondosa encina, al atardecer de un día de prímavera. Porque las mismas ideas que sentíamos, despedían aquellas págínas. Ellas estaban con nosotros. Y nosotros no podíamos separarnos del cariño que ellas sentían por nuestra vida secular, tan euskara y tan española. 

La psicología encontraba la exímia compenetración. No éramos sólo de la calle; vivíamos con la vída espiritual, en el rítmo, en la unión de todo cuanto era compenetración de la idea. Alegre o triste. Dolorosa o divertida. Pero era nuestra y estaba hermanada. 

La potencialidad nativa en las solemnes páginas de «La Baskonia» no defraudó nunca. Y cuando desgraciadamente murió, se cubríó del mísmo manto que vistió solemne, cuando su pluma quedó mojada en la belleza de la tinta que grabó las primeras y más fundamentales ideas. No sé a donde habrán ido a parar los millares de págínas suyas y los sendos volúmenes que quedaron como ingentes colecciones de sus números.

(Adrián de Loyarte)

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