TIENE San Sebastián un rincón tan bullicioso, que aunque las mujeres riñen, al poco rato están alegres. Es
un rincón de sabor donostiarra, donde se trabaja cantando A
donde se canta soñando.
Huele a salazón, a pescado vivo y fresco; y los hombres lo
llenan en cestos y las mujeres los preparan en tinas. Es un barrio
que no conoce el silencio porque el griterío es su emoción. Y
cuando la pesca es abundante, ¿para qué más distracción? Los
vaporcítos atracan y el paredón del muelle le ayuda, y los dos
se abrazan a una, para que la pesca quede en tierra.
Y en este simpático rincón, donde se trabaja de prisa, se platean las tinas con discos de abrillantadas escamas. Se ungen de
sal, más que la de todas las del barrio, y en el jaleo de sacar
del vapor y llenar las tinas, se habla como una canción, que es el pentagrama del habla que dialoga. Y es allí donde el vascuence
no se pule. Entre los hombres de mar y las mujeres de tierra y
sin Academia ni reglas, hablan el más dulce vascuence que en
paraje alguno de Guipúzcoa se ha podido hablar.
Este es aquel barrio de pescadores, el de las familiares casas
que bajo un largo techo guarda lo que al día siguiente han de
exportar. Lo que al poco tiempo, en las cestas sobre sus cabezas,
o con el caríño de sus arqueados brazos sobre sus cuerpos, han
de vender.
Tú eres ese rincon donostiarra que a la salida del Sol te visita,
y su puesta te sombrea con su último resplandor. Ayer puerto de
barcos de tonelaje y hoy de lanchas, bateles y vaporcitos. Ayer,
puerto modelo, y hoy, Kаy-arriba, eres muelle donostiarra de
históricos pescadores y de traíneras de alta mar, de lanchones
de vela cuadrada y de pescadores de caña y aparejos de cordel,
de redes y salabardos... ¡y entre ellos yo tanto jugué!..
Pero eres más, porque además de la vida tienes color, y con
el color tienes fecunda personalidad, humilde y de trabajo, pero
tuya y sin copiar. Tu cuerpo tiene luz y tu alma generaciones de
vida. Y cuando hoy recuerdas aquellas flotas de traineras, que al
puerto veías llegar, aunque la tristeza te invada, abrázate ante el
recuerdo y en la pérdida mira si en cambio el vaporcito te habla
mejor.
Pues bien: este barrio, barrio de pescadores y de historia de
pescadores, es el barrio más alegre de la Cíudad, el de más bullicio y salero; es el que siempre llena un recuerdo a la Virgen que es su Madre Celestial, la del Carmen, el de los <portales» y de Santa Rita y Santa Quiteria. El que se llama barrio de la jarana, donde se cuentan las horas cuando los marinos no vuelven y cuando no se cuentan ni los años, cuando el mar en sus faenas les proteje y les da tiempo para rezar.
Es el barrio de la jarana, el barrio del delicioso vascuence de musical eufonía y de ausencía gramatical. Su sonido no se estudia, ni su giro se pregunta, ni nada se prepara como planta exótica de invernadero. Es el vascuence que se habla en toda la parte vieja de la cíudad de San Sebastián, espontáneo y bullicioso como el agua del manantial. Los vocablos son del pueblo, y en el pueblo hablan sin estudiar. Y lenguaje es el alma, el alma y el corazón de toda la antigua Ciudad. Hoy como ayer se habla; dulce como un cariño maternal y tierno como una amorosa canción.
Es el vascuence que está cerca del mar; para que tenga sonido y sepa cantar. Para que con su música, el poeta apague su sed de lirismo y el músico un concierto de sinfonías. Es el vascuence que baja de la montaña y se acerca a los mercados, te ofrece las frutas frescas y las flores perfumadas. No tiene ni un solo documento donde conste su nacimiento, ni moneda de metal donde se graba el retrato de un Rey, ni el escudo de sus armas. Por carecer, hasta le falta la gruta donde naciera; y sin embargo, es su origen tan preclaro, que si por la península paseas
en ríos y en montañas, encontrarás todos los nombres de tu vascuence, y del inmortal nombre de España, el «ezpaña» que es
labio en este dulce vascuence. 1 hsin ne s
Y desde la ciudad de San Sebastián, hasta la punta de Gibraltar es la corona de tal esplendor, que si se pudiese recopilar y
en brillantes traducir, no habría noche en toda la nación con los
resplandores de sus aguas.altad ls
Pues bien, si entre las costumbres de un pueblo, nes detenemos en la lengua, nos encontramos con que el vascuence que
siempre se habló en la ciudad de San Sebastián es de lo más dulce
y eufónico. Se habló más en el pueblo que en las clases elevadas.
En la montaña y en el mar. En la montaña a través de las familias
de todos los caseríos que circundaban a la cíudad, y en el mar,
en los puertos más cercanos a San Sebastián.
El vascuence del caserío es más puro que el de la Ciudad
pero no es más musical. El de los puertos sí, es agradable, con
cierta mezcla de modísmos. A principios y primera mítad de este
siglo, el vascuence vestía de boina. En las familias, las señoras
hablaban con la servidumbre; en aquella, casi toda era la fiel servidumbre del país, la hija de los caseríos de familía numerosa,
donde se guardó siempre la pureza del vascuence, y bajaba a la
Ciudad. ont in
A pesar de las vicisitudes de los tiempos, el vascuence sigue
hablándose en los distintos sectores de la ciudad de San Sebastián. Antiguamente se hablaba en el barrio de San Martín, y era en este barrio un vascuence sonoro, que se unía en ritmo al vascuence del barrio de la Jarana. Hoy sigue hablándose en todo el
radío que comprende desde la Subida al Castillo; las calles de la
Virgen del Coro, El Angel y Campanario, hasta los confines de
la Brecha, San Juan y Pescadería.
Las calles de 31 de Agosto, con sus sidrerías, y las de Puyuelo,
San Lorenzo, Constitución, Pescadería, formando un conjunto
que parece de diversidad de lengua y costumbres. Es el vascuence en toda esa zona, donde se conserva todavía, como trasunto de otros tiempos y otras edades.
Se oye hablar en las tiendas, por las calles, más a la mujer
que al hombre, en la familia, en los pequeños paseos después
de las horas del trabajo. En muchos hogares se reza en vascuence. En negocios de hombres de contratos y construcciones,
cuando se trafica con leña y se sirve el carbón, cuando se ve
trabajar en las obras de las casas.
El vascuence es el alma de la vida de muchas familias. Desde
el paseo de la Alameda, a través de todo el desarrollo de la
Ciudad, ya apenas se habla el vascuence y en cambio existen
numerosos núcleos de familia donde apenas se entiende el castellano. Cuando la gente del pueblo baja a la cíudad, se une a su
familia y han de perfeccionar algún documento ante Notario, se
necesita de intérprete, si el Notario no conoce el vascuence para
poder interpretar, traduciéndolo.
En el aspecto religioso son infinidad los libros y devocionarios que se venden impresos en vascuence, y estos libros se han venido editando desde hace ya siglos. Los confesores cumplen en
el confesionario con su sagrado minísterío hablando en vascuence con muchos de sus penitentes. En la Cuaresma, de la que
hemos hablado detenidamente en anteríores capítulos y tomos,
se predica en vascuence. Si viviera don Isidoro Bengoechea,
algo diría de estos sermones.es nõlutanoC оsuсoJ u2
Lo que no hace el pueblo es alterar el lenguaje que se ha
venido hablando durante siglos. Ni cambíar la costumbre y el
léxico heredado de padres a hijos, ni inventar ortografías de ayer.
Y si bien es cierto que los defectos de dicción se cuentan como
adulteraciones, no es menos cierto que la misma habla popular
los va corrigiendo; a medida que se habla los modos, se pule en
la misma entraña del pueblo. Pero hoy se habla más y mejor
vascuence que a medíados del siglo XIX. Tenemos barrios come
Ategorrieta y El Antiguo, en los que no se pierde la costumbre
de hablar la lengua vernácula.
El modo de expresarse no ha cambiado en su eufónica dulzura de suavidad de la primera luz. Nuestros poetas han pulsado
la líra, arrancando del mismo pueblo su inspiración, como la poesía gallega. Como la inspíración de Rosalia de Castro en «Airiña
Airiños», aire; *Adios rios», «Adios fontes», interpretación lírica
del alma popular; «Cantares Gallegos», glosa de los cantores
populares de Galicía, y «Follas Novas», esencia subjetiva del más
profundo lirismo galaico. Así la poesía de los vates donostiarras,ha nacido también del alma popular. De la ciudad donostiarra
surge el «Ume Eder-bat», canto del amor y de la vida. Las composiciones poéticas de Vilinch, nacieron en la mísma entraña lírica
del alma popular donostíarra. Entre las calles de Iru-chulo, siempre viejas y siempre nuevas, vascuence e inspiración de la misma
fuente y vida popular.
Cuando sus composiciones de «Contzeziri», «Beti zutzas
pentzatzen» y algunas otras, compuso con todo su pensamiento
en el alma del pueblo donostíarra; el vascuence en la ciudad de
San Sebastián, es posible que no se hablase con la extensión con
que hoy se escucha.
Don Antonio Arzac nace y vive en San Sebastián, y es su
vascuence en «Zerura» y en «Maricho» la quinta esencia de la
líríca dulce y armoniosa. Lenguaje de pureza en sus líneas,
bebiendo en las mismas fuentes del casticismo donostiarra. Alma
de la psicología popular y poema cuya suprema inspiración enaltece todas las más elevadas cualidades de la lengua vascongada.
La cíudad de San Sebastián es la inspiración del autor del
cancionero vasco, que canta en su poesía toda el alma del pueblo.
Manterola, al comparar su magnífico Cancionero, estudió la
vida del país. recogió su alma poética y la dió a conocer. El Cancionero, que es colección de poesías líricas, la antología de sus
más selectas canciones y, musicalmente, la mejor colección, es en
este caso del vascuence donostiarra, la identificación de la lengua y costumbres del país. Si en la poesía la llama de la inspiración se idealiza con Vilinch, con Arzac, con el Presbítero Aguirre, con Emeterio Arrese, con el bardo Iparraguirre, en la música
los cancioneros de D. Resurrección M.a de Arcue y del Padre
Donosty, y las páginas musicales del Padre Otaño, pueden compararse con cualquiera de las antologías de los compositores de
otras provincias españolas.
Y esta es la síntesis, reflejo del habla vascongada en los distintos sectores de la cíudad de San Sebastián, no sólo de estos
momentos hístóricos en que estamos hablando, sino de pasados
siglos; porque el vascuence síempre se habló en San Sebastián
desde la misma entraña de aquel fundamento histórico que se
liamó Hizurun, hasta el últímo día de la mísma existencia suya.
Es el alma de su virtud, el aroma de su esencía, la calidad de
su temperamento, el grito de su amor a la lengua materna. Que
no podemos sentir como Miguel de Unamuno, cuando en una
solemnidad de Juegos Florales afirmó que debía enterrarse con
solemnes funerales.
Y la ciudad de San Sebastián, no solamente se ha distinguido
por la práctica constante del habla vascongado, sino que ha
familiarizado la más dulce, la más armoniosa, la más suave y la
más agradable en los giros, que en vascuence alguno se ha podído escuchar. Buenas costumbres y buen idioma. Los dos, van
casi siempre unidas.
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