EL recuerdo que en dos capítulos consecutivos he dedicado al bardo guipuzcoano José María Iparraguirre, me ha traído a la memoría otro no menos interesante para el país. Para San Sebastián. Es el recuerdo a aquella notabilísima revista titulada «La Baskonia», que en Buenes Aires se publicaba. Era revista euskaro-americana; se fundó hace ya largos años. Su colección la forman muy numerosos volúmenes. Los poseo en su mayoría, desde el mismo año de la fundación. Y si alguna publicación puede adjudicarse el título de revista, es ésta que nació con el título de «La Baskonia».
Era, en realidad, revista y observación. Revista de todas las noticias; sucesos y artículos literarios referentes a todo el país vasco. A sus episodios, a sus hombres antiguos y modernos. A toda su hístoria. «La Baskonía» publicaba con preferencia asuntos referentes a San Sebastián. En conjunto mantenía el fuego sagrado de amor a todas las cosas del país. Desde la familia hasta la alta cultura. Desde la religión hasta la vida honesta de la expansión colectiva, en todas las costumbres, Desde lo más ínfimo a lo más elevado. Pero además, por su característica modalidad, era el portavoz de todo lo nuestro, en las más apartadas y lejanas tierras de la América del Sur. Especialmente en la Argentina.
Era una revista sencilla en su factura; bella en su presentación. Pero sobre todo esto, leída por millares de vascos de la înmensa colonia de Améríca. Uriarte, su fundador, no pensó cuando la fundó, en el lucro ní en la ostentación. Sencillamente en sentir y hacer sentir el amor al país, a todos los vascos de la América española.
Se fundó «La Baskonía» el año de 1892. Y fué su brazo derecho, don Francisco Grandmontagne. Su más importante colaborador. El fué el autor de innumerables artículos. El que dió vida literaría a la hístoría de multitud de personajes insignes de Vasconia. Si el Dírector era su mísmo fundador, don José Ramón de Uríarte, Grandmontagne le secundó con tal leal eficacia, que desde los primeros números relucía en aquellas páginas, los rayos de esplendor de la más interesante doctrína hístóríca.
Las biografías vibrantes y eruditas de las más célebres figuras del país. A través de aquellas serenas y encendidas páginas, se empapaba el lector del alma heroíca de tantas figuras. Y con las biografías, ornamentaban las páginas con aquellos hombres ilustres, cuya lísta es, por lo extensa, imposible de publicar en los límites de un capítulo.
En aquella galería destacan Esteban de Garibay, el gran hístoríador; Urdaneta, el insigne agustino; Baltasar de Echave, primer magistrado de la Real Audiencía de Méjico; Juan de Icíar, autor de la prímera Ortografía Española; General Francísco de Echeveste; González de Andía; Juan de Garay, fundador de Buenos Aires; Hilarión Eslava, insigne compositor de música sagrada; Antonío de Oquendo... Y entre estos hombres, figuras salientes de la hístoría, me encontré también yo, con aquel retrato y texto a toda plana, cuando mis primeros libros, y en una juventud pletórica de ílusíones y sueños, se publicaron con aquel inmerecido éxito.
¡Ah!, juventud, divino tesoro; frase tan vieja como siempre nueva. Confieso que cuando yo me vi en tan importante publicación, con mi vera efigie, que con el texto ocupaba toda una plana, nunca sentí emoción más serena, ni alegría de más hondo espírítu. Era el sueño sin una gota de vanidad; el goce de la pureza de una juventud de ardoroso romanticísmo. Después..... Continuemos adelante.
La Revísta «La Baskonía», entre la hístoria biográfica de tanto hombre ilustre, seguía publicando crónicas de todas partes. Era una inteligente recopilación de todo lo de más interés, recogido de doctas publicaciones del país. Por su característíca modalidad, recordaba a la revista «Euskal-Erría», y por su fondo a las mejores revístas regionales.
Fué quien dió a los argentinos la noticía de que el «Guernikako Arbola» se había cantado en ruso por los artistas que en aquella época se hallaban en moda: el maestro ruso Slaviausky y D'Agrenneff. El maestro Denetry, dírector de la capilla, perteneció a ímportantes sociedades artísticas. Y a fines del siglo XIX, esta família, con madame Olga, se encontraba en San Sebastián.
En esta capital y en Bilbao, cantaron el «Guernikako Arbola», con tal justeza y expresión, que se vieron obligados a repetir a petíción del público. De este originalísimo epísodio, los periódicos de San Sebastián -como seguía diciendo «La Baskonia» - se expresaban en los siguientes términos:
No se sabe de quién fué la idea de que los rusos cantaran en vascuence; ello es, que el maestro don José María Echeverría al piano, y Tabuyo cantando el famoso zortziko de Iparraguirre, a presencia de la capilla rusa, sirvió para que ésta, enamorada del canto, decídiera cantarlo. Fué obra de poco tiempo. Cogió la paritura para píano la señora del dírector... y a los pocos momentos armonizaba el «Guernikako Arbola» para ocho voces; dos bajos, barítono, dos tenores, dos tiples y la tiple que lleva el canto. Esta dice la primera frase, y la corean después las demás voces. El efecto es muy agradable, y todo el zortzico resulta armonizado, con tanto gusto, que bien puede asegurarse que nunca se ha oído el «Guernikako Arbola» así cantado>..... «También es curioso-continúa diciendo el periódico de la época que estamos hablando- el siguiente detalle. Han escríto la letra en ruso; es decir, la pronuncíación vascongada en ruso. De modo que lo que pronuncíado por ellos resulta en nuestros oídos la letra del célebre canto; escrito, resulta algo de imposible comprensión para el vascongado y para el castellano. Por último, la señorita Margarita cantó el zortziko Lo Lo, de modo irreprochable,y con una dulzura de las canciones rusas, con dicción guipuzcoana pura.
Pero «La Baskonía», de Buenos Aires, se preocupaba con un interés especíal de la colaboración de la vida de San Sebastián. Allí colaboraba don Marcelino Soroa, con el pseudónimo de <Omar-Celin». Eran sus crónicas de un gracejo irónico, que daba a su pluma un interés y un matiz especial. No había detalle del alma popular que «Omar-Celin» no lo recogiera, para convertirlo en matería de interés local. Sus crónicas eran bilingües. Lo mísmo en vascuence que en castellano. Y desde la humorada titulada «Dendetan», que quiere decír, «en la tienda», hasta las «Crónicas donostiarras», síntesis noticiero de cuanto a fines del siglo XIX ocurría en San Sebastián. «Omar-Celin, fué siempre el corresponsal del mayor interés.