viernes, 19 de agosto de 2022

"La Baskonia de Buenos Aires".- El "Guernicaco Arbola" cantado en ruso.-Marcelino Soroa.

 EL recuerdo que en dos capítulos consecutivos he dedicado al bardo guipuzcoano José María Iparraguirre, me ha traído a la memoría otro no menos interesante para el país. Para San Sebastián. Es el recuerdo a aquella notabilísima revista titulada «La Baskonia», que en Buenes Aires se publicaba. Era revista euskaro-americana; se fundó hace ya largos años. Su colección la forman muy numerosos volúmenes. Los poseo en su mayoría, desde el mismo año de la fundación. Y si alguna publicación puede adjudicarse el título de revista, es ésta que nació con el título de «La Baskonia». 

Era, en realidad, revista y observación. Revista de todas las noticias; sucesos y artículos literarios referentes a todo el país vasco. A sus episodios, a sus hombres antiguos y modernos. A toda su hístoria. «La Baskonía» publicaba con preferencia asuntos referentes a San Sebastián. En conjunto mantenía el fuego sagrado de amor a todas las cosas del país. Desde la familia hasta la alta cultura. Desde la religión hasta la vida honesta de la expansión colectiva, en todas las costumbres, Desde lo más ínfimo a lo más elevado. Pero además, por su característica modalidad, era el portavoz de todo lo nuestro, en las más apartadas y lejanas tierras de la América del Sur. Especialmente en la Argentina. 

Era una revista sencilla en su factura; bella en su presentación. Pero sobre todo esto, leída por millares de vascos de la înmensa colonia de Améríca. Uriarte, su fundador, no pensó cuando la fundó, en el lucro ní en la ostentación. Sencillamente en sentir y hacer sentir el amor al país, a todos los vascos de la América española. 

Se fundó «La Baskonía» el año de 1892. Y fué su brazo derecho, don Francisco Grandmontagne. Su más importante colaborador. El fué el autor de innumerables artículos. El que dió vida literaría a la hístoría de multitud de personajes insignes de Vasconia. Si el Dírector era su mísmo fundador, don José Ramón de Uríarte, Grandmontagne le secundó con tal leal eficacia, que desde los primeros números relucía en aquellas páginas, los rayos de esplendor de la más interesante doctrína hístóríca. 

Las biografías vibrantes y eruditas de las más célebres figuras del país. A través de aquellas serenas y encendidas páginas, se empapaba el lector del alma heroíca de tantas figuras. Y con las biografías, ornamentaban las páginas con aquellos hombres ilustres, cuya lísta es, por lo extensa, imposible de publicar en los límites de un capítulo. 

En aquella galería destacan Esteban de Garibay, el gran hístoríador; Urdaneta, el insigne agustino; Baltasar de Echave, primer magistrado de la Real Audiencía de Méjico; Juan de Icíar, autor de la prímera Ortografía Española; General Francísco de Echeveste; González de Andía; Juan de Garay, fundador de Buenos Aires; Hilarión Eslava, insigne compositor de música sagrada; Antonío de Oquendo... Y entre estos hombres, figuras salientes de la hístoría, me encontré también yo, con aquel retrato y texto a toda plana, cuando mis primeros libros, y en una juventud pletórica de ílusíones y sueños, se publicaron con aquel inmerecido éxito. 

¡Ah!, juventud, divino tesoro; frase tan vieja como siempre nueva. Confieso que cuando yo me vi en tan importante publicación, con mi vera efigie, que con el texto ocupaba toda una plana, nunca sentí emoción más serena, ni alegría de más hondo espírítu. Era el sueño sin una gota de vanidad; el goce de la pureza de una juventud de ardoroso romanticísmo. Después..... Continuemos adelante. 

La Revísta «La Baskonía», entre la hístoria biográfica de tanto hombre ilustre, seguía publicando crónicas de todas partes. Era una inteligente recopilación de todo lo de más interés, recogido de doctas publicaciones del país. Por su característíca modalidad, recordaba a la revista «Euskal-Erría», y por su fondo a las mejores revístas regionales.

 Fué quien dió a los argentinos la noticía de que el «Guernikako Arbola» se había cantado en ruso por los artistas que en aquella época se hallaban en moda: el maestro ruso Slaviausky y D'Agrenneff. El maestro Denetry, dírector de la capilla, perteneció a ímportantes sociedades artísticas. Y a fines del siglo XIX, esta família, con madame Olga, se encontraba en San Sebastián. 

En esta capital y en Bilbao, cantaron el «Guernikako Arbola», con tal justeza y expresión, que se vieron obligados a repetir a petíción del público. De este originalísimo epísodio, los periódicos de San Sebastián -como seguía diciendo «La Baskonia» - se expresaban en los siguientes términos:

No se sabe de quién fué la idea de que los rusos cantaran en vascuence; ello es, que el maestro don José María Echeverría al piano, y Tabuyo cantando el famoso zortziko de Iparraguirre, a presencia de la capilla rusa, sirvió para que ésta, enamorada del canto, decídiera cantarlo. Fué obra de poco tiempo. Cogió la paritura para píano la señora del dírector... y a los pocos momentos armonizaba el «Guernikako Arbola» para ocho voces; dos bajos, barítono, dos tenores, dos tiples y la tiple que lleva el canto. Esta dice la primera frase, y la corean después las demás voces. El efecto es muy agradable, y todo el zortzico resulta armonizado, con tanto gusto, que bien puede asegurarse que nunca se ha oído el «Guernikako Arbola» así cantado>..... «También es curioso-continúa diciendo el periódico de la época que estamos hablando- el siguiente detalle. Han escríto la letra en ruso; es decir, la pronuncíación vascongada en ruso. De modo que lo que pronuncíado por ellos resulta en nuestros oídos la letra del célebre canto; escrito, resulta algo de imposible comprensión para el vascongado y para el castellano. Por último, la señorita Margarita cantó el zortziko Lo Lo, de modo irreprochable,y con una dulzura de las canciones rusas, con dicción guipuzcoana pura.

Pero «La Baskonía», de Buenos Aires, se preocupaba con un interés especíal de la colaboración de la vida de San Sebastián. Allí colaboraba don Marcelino Soroa, con el pseudónimo de <Omar-Celin». Eran sus crónicas de un gracejo irónico, que daba a su pluma un interés y un matiz especial. No había detalle del alma popular que «Omar-Celin» no lo recogiera, para convertirlo en matería de interés local. Sus crónicas eran bilingües. Lo mísmo en vascuence que en castellano. Y desde la humorada titulada «Dendetan», que quiere decír, «en la tienda», hasta las «Crónicas donostiarras», síntesis noticiero de cuanto a fines del siglo XIX ocurría en San Sebastián. «Omar-Celin, fué siempre el corresponsal del mayor interés.

De la personalidad de este vecino de «Iru-chulo», hablaremos más extensamente en otro capitulo. Pero no podemos olvidar, al referirnos a la revista «La Baskonía», a uno de sus más interesantes escritores. A don Angel Muro. Este escritor, con don Angel Pírala, acertaron a recoger con observación directa de la vida donostíarra, una parte de su personalidad. Especialmente en los veraneos. Muchos datos y epísodíos relatados por este escrítor, don Angel Muro, se han tomado y publicado, sin que se haya tenido en cuenta la debida cortesía literaria. Y así nos dice «La Baskonia» de Buenos Aires, por medio de don Angel Muro, lo que daba de sí, la pintoresca «hotelería» de San Sebastián. 

Las veinte o treinta casetas alineadas en la playa,formando tantos grupos como propietaríos había. Echenique, Zabaleta, Machímbarrena. El coste de los baños, que era un real, y dos con bañero o bañera. Cómo eran los trajes de baño de las señoras, que eran de unas blusas largas y amplias, de estameña, con una papalina de hule, y cómo los hombres, separados de las mujeres, usaban la menor cantidad de calzón. 

Pero apenas sí había como población flotante de unas setecientas a ochocientas personas. Había un solo café, que era suficiente, según decía Muro, para «dar abasto» —palabras textuales -a la población. Y estaba situado frente al Teatro Príncipal. Los domingos y fiestas de guardar, durante el verano, había sorbetes de mantecado y límón, rozado para un centenar de consumidores. Y el peluquero y «rapabarba» de la capital mejor instalado, se encontraba en una tiendecíta de la Plaza Vieja, çuya muestra decía: «Aquí se rejuvenece». 

Pues bien; estos y otros detalles que amplíaré en otro momento, los publicaba en un extenso articulo, «La Baskonia» de Buenos Aires, con la firma de don Angel Muro, retrotrayendo su información justamente a mediados del siglo XIX. 

Pero hay algo que sorprende al historiador y al investigador de fechas, momentos históricos y actos celebrados. En el próxímo tomo, hablaré de dos episodios de lo más interesante de la vida de San Sebastián. Uno del siglo XVII y otro del XIX, y quien siga con interés estas narraciones históricas mías, ha de sorprenderle cómo aquella modesta población de medíados del siglo XIX, vivía social y políticamente en una escala inferior a la del primer siglo citado. 

Y de estos dos hechos, se saca la consecuencia de la ruina total de la Ciudad en el año de 1813. Sigue todavía el interés de la revista «La Baskonia» de Buenos Aíres. Así como ya se celebró el centenario de la gesta de lparraguírre, «La Baskonia» de Buenos Aires, consagró páginas enteras a enaltecer toda la vida de aquel bardo genial, que inmortalizó su himno tan célebre y por otro lado, tan sencillo. 

«La Baskonia» le dedicó un número extraordinario. Colaboraron las firmas de escrítores ilustres. Y pudo demostrar aquella revista bonaerense, todo el amor que sentía por la vida, costumbres y hombres célebres de toda la región vascongada.

 Entre aquella revista y el sentimiento euskaro de esta región, exístió siempre un hilo irrompible. Ni la distancia que nos separaba, ni el desconocimiento físico de las personas, fué motivo para que la unídad espiritual faltase y se ignorase. No. Las páginas de «La Baskonia» eran la misma alma. Idéntico espírítu. Igual sentimiento. 

Y los que vivíamos espirítualmente a través de aquellas págínas, éramos como quien habla y conversa sobre los mismos asuntos, al pie de una frondosa encina, al atardecer de un día de prímavera. Porque las mismas ideas que sentíamos, despedían aquellas págínas. Ellas estaban con nosotros. Y nosotros no podíamos separarnos del cariño que ellas sentían por nuestra vida secular, tan euskara y tan española. 

La psicología encontraba la exímia compenetración. No éramos sólo de la calle; vivíamos con la vída espiritual, en el rítmo, en la unión de todo cuanto era compenetración de la idea. Alegre o triste. Dolorosa o divertida. Pero era nuestra y estaba hermanada. 

La potencialidad nativa en las solemnes páginas de «La Baskonia» no defraudó nunca. Y cuando desgraciadamente murió, se cubríó del mísmo manto que vistió solemne, cuando su pluma quedó mojada en la belleza de la tinta que grabó las primeras y más fundamentales ideas. No sé a donde habrán ido a parar los millares de págínas suyas y los sendos volúmenes que quedaron como ingentes colecciones de sus números.

(Adrián de Loyarte)

La tribu Araucana.- El Gran Casino y el Museo de Oceanografía

 LA ciudad de San Sebastián fué durante los veraneos de princípios de siglo, urbe que daba brillantez a cuantos epísodios se sucedían en toda la temporada. Llegaban personajes, se celebraban espectáculos atrayentes. Los tipos más raros, se convierten en curíosos al público. No había entretenímiento que no despertase afán de presencíarlo. 

Es lo cierto, que cuanto los veraneos organizaban, se veía con simpatía. El año de 1901, llega a San Sebastián, y procedente de París, la famosa tribu «Araucana». Fueron contratados en la exposición. Sus trabajos, de prímer orden, llamaron la atención. Aquella tribu, da a conocer las costumbres guerreras y religiosas de su pueblo. 

Sabido es que los araucanos, tan pagados de su independencía, han sido enemigos irreconcilíables de los españoles. Mantuvieron guerras constantes. Los araucanos forman una confederación compuesta de cuatro estados, subdivididos en ochenta y un províncias. Y aunque nuestros misíoneros trataron de introducir entre ellos el cristianismo, una sublevación general acabó con todos los trabajos en el año de 1720 -siglo XVIII. 

Y el verano de principios del sigio XX, aquella tríbu se encuentra en San Sebastián. Vende cadenas; sortíjas hechas con crínes de caballo y otros objetos típicos, raros, son objeto de la curiosidad de las gentes. 

Había corrido la noticia de que el jefe de aquella tribu llegada a San Sebastián, era nada menos que el que descendía dírectamente de Lautaro, o sea, del que luchó con el famoso capitán y conquistador de Chile, don Pedro de Valdivía. En las conversacíones mantenidas, enseñó y explicó, acerca de los estribos y las espuelas, que según manifestación de su padre, habían pertenecido al citado capitán, don Pedro de Valdivia. Le fueron quitadas después de su muerte. 

La tríbu araucana se exhíbía en el frontón de «Jai-Alai». Ya pesar de lo distante que se hallaba del centro de la Ciudad, excitada la curiosídad del pueblo, era constante el número de visitantes que llegaba al frontón para ver a los araucanos. El jefe de los araucanos hablaba con el público. Según manifestaciones suyas, él se proponía realizar una de las hazañas que sus oyentes la consideraban imposible. Quería nada menos que jugar una apuesta que consistía en amarrar y sujetar con lazo, un toro, y estampando en el acto, sobre su piel, un sello de fuego. No llegó a realizarse en la ciudad de San Sebastián. 

Pero en cambio, en otro aspecto bien distinto, el Gran Casino de San Sebastián, organizó un concierto de orquesta, con su programa elegido por sufragio. Fué una idea que parecía original, pero lo que sí fué, era un gran programa. 

El sufragio dió el siguiente resultado: La «Jota de San Fermín del inmortal Sarasate, fué elegida por ciento cuarenta y ocho votos. «Fantasía de la Boheme», de Puccini, por ciento cuarenta y seis; que por dos votos no empató con la famosa Jota. «Murmullos de la Selva», de Wagner, por ciento veinticinco votos, «La Suite de Aíres Vascongados», del maestro y gran pianista Echeverría, profesor mío, llegó a alcanzar ciento veinte votos. Y la maravillosa pieza musical títulada «Las Bodas de Luis Alonso», de Jíménez, ochenta y siete votos. 

Pues bien; el programa elegido por sufragio no pudo ser de más artística atracción. Parecía el triunto de la música regional sobre el pentagrama universal. La Jota de Sarasate y los aires vascongados de Echeverría, triunfaron nada menos que sobre el «Murmullo de la Selva», de Wagner, y la «Fantasia de la Boheme». Y no podemos decír que el público elector era el popular de un «sufragio universal», sino el más selecto del mundo artístico. El que escuchaba los mejores conciertos de los mejores escenarios del mundo. El que acudía y llegaba de Ostende, Deauville, Niza y Monte Carlo. Y toda aquella gente que era el chantilly del gran mundo, que parecía cosmopolita. Pues bien; justamente aquel mismo empacho de música universal y en constante programa de todos los públicos, constituyó el deseo de escuchar algo que llevase en sus notas, el aíre de la personalidad de un pueblo; el matiz del alma regional; otra cosa distinta a la músíca oída en todos los teatros del mundo. 

Es lo cierto, que un gran éxito coronó la labor de elección y de sufragio. La música regional se escuchó como notas delírantes. Parecía encontrar un marco idóneo. El alma de la región, colmó el ansía de aquel público. Y nada defraudó el interés del sufragio. 

El Gran Casino, entre la serie de espectáculos de vida mundana, se encontró con la prueba del país. Que respondió como epísodio inesperado, pero que causó el mejor efecto. 

Dejo a un lado este aspecto de aquella vida veraniega. Voy a volver a recordar el Palacio del Mar. De él hablé en los últimos capítulos. Termíno ahora con un matiz administrativo que faltó entonces. El acierto de los Ayuntamientos en acceder a la petición de la Sociedad Oceanográfica de Guipúzcoa. 

Porque esta petición fué elevada el 5 de diciembre de 1923. Y señala el emplazamiento que lo describí con amplitud.O sea las rocas inmediatas al lugar denomínado «El mírador»,en «Kay-Arriba».

El 25 de octubre de 1924, la Comisión Municipal Permanente acuerda que la construcción del edíficío no debe rebasar del paseo del Príncipe de Asturías, y a la escalinata que da bajada al muelle en la termínación de la carretera. Ocupa el edificio una superficie de unos 500 metros cuadrados. Consta de planta baja, principal y alta. La Escuela de Pesca se trató de instalar en la planta baja, con dos clases de náutica elemental y de fogoneros habilitados. Sala destinada a Acuaríum. 

Tres departamentos destinados a sala de disección, selección y preparación de ejemplares, para el Acuaríum, y colecciones. Y un depósito de enseres de pesca. En la planta principal, la sala de Juntas. Secretaría, archívo y Biblioteca. Sala de museo de pesca. Oceanografía e Historia Natural del Mar. Laboratoríos dotados de agua de mar y dulce, gas y electricidad. 

En la planta alta, salón central destinado al Museo HistóricoNaval. Una galería fotográfica y un laboratorío, con otros departamentos de menor interés. 

Nos hallamos entre los años de 1923 y 1924. Los Ayuntamíentos de aquellas épocas históricas, sin dilapidar la hacienda municipal, Ilevaban a cabo innovaciones que mantenían una gran relación con la cultura pública. De entonces hasta hoy, la situación ha cambiado. Aquel Acuarium que apenas despertó interés cuando se instaló, es hoy un centro visítadísimo por gentes de todas partes. 

Un puerto de mar, como lo es la cíudad de San Sebastián, no podía carecer de instalación oceanográfica. La extensión y descripción del océano, con todo cuanto tiene de riqueza. Con lo que supone de ciencía del mar que nos rodea, necesitaba una gran exposición explicativa. Y colecciones de toda clase de peces y maríscos. San Sebastián lo tiene ya. La profundidad de los mares, las condiciones físicas de las masas de agua, la vida vegetal y animal que exíste en el mar. El conjunto de seres que viven en el fondo, y todo cuanto relacionado con la grandeza y misterío de las aguas, donde la vida animal parece inagotable, existe en el mar cantábrico y otros océanos; el Acuarium de la cíudad de San Sebastián, podrá explicar ilustrando, a cuantos en la actualidad lo visiten. 

Recordemos que en la gran exposición marítima que se celebró en Burdeos el año 1907, se presentaron instalaciones de oceanografía muy importantes. Libros, mapas, aparatos y otras manifestaciones de la vida oceanográfica, para llegar entre otras cosas, al conocimiento de la profundidad de los mares.

(Adrián de Loyarte)

José María de Iparraguirre.

Enaltecimiento y conmemoración histórica del bardo Guipuzcoano José María de Iparraguirre.

Anécdotas.- Historia.- Pastelería y pasteles de la ciudad de San Sebastián.

Anécdotas.- Historia.- Pastelería y pasteles de la ciudad de San Sebastián.

Las danzas.- Costumbres y bailes.

Costumbres.- Los bailes y el tamboril.

La Primera Parroquia de Santa María.- Prueba documental que suspende la antigua procesión del día de San Sebastián.

 DEDICARE el presente capítulo a honrar la gran festividad del día del gloríoso Patrón de la ciudad de San Sebastián.  

Para ello, remontaré la vida histórica, a los primeros siglos del crístianismo, y con ellos a la primera Iglesía de Santa María; y trataré documentalmente de la memorable fiesta procesional, que la parroquía de Santa María celebraba anualmente. 

Fiesta que hubo necesídad de suspenderla. Y que los motivos que hasta ahora se han expuesto, parece no haber convencido a algunos erudítos. Pero que son los únicos y verdaderos. Vamos a exponerlos. Y por nosotros hablará el documento; con éste, la mísma tradición. 

La hístoria antigua nos recuerda, cómo, sobre una lengua saliente de tierra que se abalanza sobre el mar, hacía la bahía de la Concha, más o menos, se hallaba una edificación religiosa, desde los prímeros tiempos del cristianismo en nuestra tierra. Algunos historiadores remontan a Santiago Apóstol, y que según al Santo a quien estaba dedicada, según las costumbres de aquellos tiempos, de levantar Iglesias en honra de los santos mártires célebres de su tiempo, con estar dedicado a San Sebastián, no creemos equivocarnos con que sucediese a príncipios del siglo V, síno a últímos del IV. 

Tampoco vamos a unir en este momento, aquel origen de la prímera Iglesia de Santa María, con cuanto afirma Prudencio de Sandoval en el importantísimo documento de Sancho el Mayor. No es este el momento. Desde entonces han desfilado buen número de siglos. Y vamos a situarnos en una fecha de tanto interés, para el día de la festividad de nuestro glorioso Patrono, San Sebastián. Santo. 

Mártír en la serenidad invencible de la Iglesia Católica. Asaetado por su causa. Víctima de la furia de un tirano como Diocleciano. Y muerto, recogido su cuerpo por aquella dama piadosa llamada Lucina-año 288-. La cíudad de San Sebastián le invocó buen número de veces contra la peste. Lo implora en algunas enfermedades. Y lo ha llevado en procesión el día 20 de enero, fecha en que la Ciudad le rinde solemnísimo culto. 

Pues bien; vamos a sítuarnos en el día 22 de agosto de 1831. V presentemos la prueba documental irrefutable e indubitable, en la demostración de haber sido suspendída definitivamente la procesión que desde la Iglesia de Santa María, hasta la de San Sebastián, se llevaba la imagen del Santo, por los rigores de la estación en que se celebraba y no por ninguna otra causa. 

Ilustrísimo Señor -dice la prueba documental- Don José María de Labaye, Presbitero Beneficiado de las Iglesias parroquiales unidas de San Sebastián y don José Elías de Legarda, vecino de la misma, especiales comisionados de los respectivos Cabildos Eclesiásticos & Secular de ella, respetuosamente dicen: 

Que el día 20 de Enero, consagrado por la Iglesia al Ilustre Mártir San Sebastián, le rinde la Ciudad solemne culto, con Ayuno de vigilia, la víspera; por voto que hizo a su patrono x protector, en el año de 1597, a resulta de un contagio que se experimentó. 

Van el mismo día, en procesión por la ribera del mar, ambos cabildos con la reliquia del Santo, seguidos de un gran concurso del pueblo, a la Parroquia extramural del Antiguo, distante media fora de la Ciudad, y después de cantar una Misa Solemne, vuelven procesionalmente. 

Siendo la estación del mes de Enero, la más rigurosa de todo el año ha ocurrido muchas veces, haberse desbaratado la procesión, por sobrevenir aguas o nieves, en la considerable distancia que hay desde la Ciudad a la Parroquia. 

En el presente año, ha habido que diferirla más de ochio dias, por la inclemencía del tiempo. Por esta razón, el Ayuntamiento ha renovado la resolución que tomó ya, en el año de 1820, de que sin perjuicio de observar como festivo de primera clase el día 20 de enero, con el Aguno, en el anterior, se traslade la procesión a otra estación más benigna o apacible que pudiera ser una Dominica, entre las de Resurrección y Pentecostés, cantándose en la Parroquia del Antiguo, en aquel día, Misa Votiva del Santo. 

Por este medio se evitarán los inconvenientes indicados, y se ocurrirá también a una falta notable, como es, la de no faberse predicado jamás en dichia ciudad, sermón de su Santo titular. De manera que el pueblo, no tiene la menor noticia de sus virtudes y martirio, porque trasladándose la Procesión a la Prímavera, se podrá celebrar el 20 de enero. la fiesta del Santo, en la Parroquia Matriz de Santa María, con sermón; asistiendo en Cuerpo, el Ayuntamiento.

Por todas estas circunstancias suplican a V. E. I., se sirva, en ejercicio de sus facultades, prestar su beneplácito, para que consultando al remedio de las incomodidades y males que fan resultado de facerla precisamente los días 20 de enero de cada año, la procesión extramurada, por razón del rigor de la estación, los dos cabildos, con la reliquia del Santo, seguidos de crecido número del pueblo, a la parroquia extramutal del Antiguo, pueda celebrarse en lo sucesivo, en cualquiera de las Dominicas, entre la Resurrección y Pentecostés; cantándose en esa misma Parroquia del Antiguo, en aquel dia, Misa Votiva del Santo; sin perjuicio de observar como festivo de primera clase, el 20 de enero, con aguno en el anterior. 

Asi lo esperan, Iltmo. Señor como Provisor de los suplicantes. Mannel Benito de Echeverría.

Y déspues de esta tan importante-peticion, llega el Decreto. Lo decreta y lo rubrica Su Señoria Iustrisima el Obispo de Pamplona. Y el Obispo de Parmplona, dice así :

En consideracion a las causas que exponen los cabildos suplicantes à los referidos Decretos de la Sagrada Congrégáción de Ritos, que el Maestro de Ceremonias de ešta Nuestra Santä Iglesia, opörtunamente cita en el informe que con dubstto mandito hа extendido sobre la imaterth, arodas las cireunstancias damos nuéstró permisoy facultad, para que faciéndose ei dia propiò del Santo& Patrono Veinte de Enero lá. córtespondiente finčión solemne en la Parroquia Matriz de Santa María, con procesión por las calle's de fa Crudad, por donde se suele hacer las generales eptte ocitrren ehtte añofд egserddнdose enaquel dia lós pire ceptos de ofr Mishyno trabajar en 6beas serviles, el'de agiнно en su vispërap se piede irastadat 1& płodesion conere ed tumbra dir a e Parroginalextramutal, tirulada el Antigto, a ila Dömintea 3.oi PaJeuitb; od'la tnniediutd bnterlor pibsteribt, st-enelfa seedleBrdse TedprÖdeskInda SON MOLVESE Cuidentode qte aqfela; en Ealqutierevento,se bjdteertrdenyebahios tura que rige este acto religioso.

nadoepretenimds, que Poèstdnds en rrestko arbtrTs, breeder qeent la mefäonäaa Dohfnicausa detebrğiMBMOHD? del Santo, pödrah 3f ademədaise & los Supficantes, dcludie Forvaduttad para ello, a donde corresponde.—Severo, Obispo de Pamplona.

AUTO.-Así lo decretó y rubricó Su Señoria Ilustrísima, el Obispo mi Señor, de que certifico en Pamplona, a 22 de Agosto, de 1831.-Antonio Labagen, Secretario. Por traslado, Antonio Labayen. Secretario, Sebastián Ignacio de Alzate. Y este último, era el entonces secretarío del Ayuntamiento de la Ciudad de San Sebastián. Pues bien; después de la transcripción de este tan importante documento. De haber visto, ante la prueba documental, que el único motivo por el que se suspendió la procesión de nuestra Parroquía de Santa María hasta la del Antiguo, no fué otro más que el rigor de la estación, no cabe argumentación posible, en contra de la tesis, mantenída siempre por mí. La procesión no se suspendió más que por el mal tiempo. Hoy se lleva a cabo, como todo el mundo sabe, por el interior del templo, con el Ayuntamiento en Corporación, presidida por el Gobernador Civil de la Provincia. El Santo Mártir es conducido en andas. La Misa es solemnísíma. La canta el Orfeón Donostiarra, dirigido anteríormente por el inolvidable Secundino Esnaola, y actualmente, por su Director, don Juan Gorostidi. Asiste lo más granado del donostiarrísmo palpitante de amor a la Ciudad. 

Sale de madrugada, cuando todavía las estrellas parpadeaban en el suave armiño del firmamento, la prímera fiesta profana; la famosa tamborrada. Solera regocijante del pueblo típico de la Ciudad. Primera alegría del albor de la mañana. Y episodio consolidado a juzgar por la continuidad. Tamborrada callejera, entre grotesca y musicalmente local, Marcha de San Sebastián. Recuerdo easonense perenne de Sarriegui. Desflle musicalmente militar por las calles y plazas. Y recuerdo de antiguas mascaradas. De primitivos «musiqueros». De organízación de tamborreros». Y de colorido netamente unido, como origen de la actual tamborrada, con la marcha de San Sebastián. 

La Región.- La comida familiar y los cigarros habanos

El carácter literario de las fiestas conmemorativas del año de 1913 y la destrucción de un monumento.

El Cardenal Verdier.- Los Nuncios Ragonesi y Tedeschini.

Homenaje a Samaniego por la Sociedad económica de Amigos del País.

Muere don Manuel Lizariturry.

El turismo..... y hacia el turismo.

Nuevos episodios veraniegos a principios del siglo XX.

El Ministerio de Jornada - El prestigio de la Ciudad de San Sebastián.

El Trasatlántico "Meteoro" en San Sebastián y una batalla de flores en la Avenida de la Libertad.

Episodios.- San Sebastián ciudad de trabajo.

 Cuántas veces al comentar la vida de la ciudad de San Sebastián, tropiezo con la palabra trabajoj ¡Y cuántas veces me pongo a pensar en toda su trascendencia! La mayor locura de una sociedad es la de no trabajar o la de trabajar poco. La más ínsigne torpeza, la de dejar de trabajar; no trabajar, es una holgazanería, y trabajar, gran sabiduría. El hombre ignorante prefiere no trabajar; el hombre sabio busca trabajo donde otros no lo encuentran. De ahí los grandes inventos. El trabajo es el enemigo de la ruína del hombre, y el hombre el héroe de la paz en el trabajo. 

Leamos a don Diego Saavedra Fajardo en su «Empresa polí tica» (pág. 248-49), cuando hablando del trabajo dice así: ¿Qué no vence el trabajo? Doma el acero, ablanda el bronce, reduce a sútiles hojas el oro y labra la constancia de un diamante. El templo de la gloria no está en valle ameno, ni en vega deliciosa; sino en la cumbre de un monte, a donde se sube pot ásperos senderos, entre abrojos y espinas. 

Pues bien; apliquemos esta virtud del trabajo a la ciudad de San Sebastián. Villa y ciudad se forjaron en el trabajo. Después de su incendio y destrucción, los vecinos que se salvaron de la catástrofe, pensaron en el penosísimo trabajo que había de comenzar para reconstruir la ciudad perdida. Los comienzos del siglo XIX fueron, para los primeros moradores, de entusíasmo y de iniciatíva. 

Los ayuntamíentos se formaron de regidores, cuyo pensamiento fundamental era el de reconstruir, por todos los medios, la Ciudad. Era el instinto del trabajo el que se hallaba unido al del amor de la ciudad que había de resurgir. Con los Ayuntamíentos, el pueblo colaboraba, uniéndose a su admínístración. La construcción de las calles y la de sus edificios fué obra de un trabajo constante y colaborador. 

San Sebastián no cejaba en su empeño. Aquellos obreros vascos que bajaban de las montañas cercanas y de sus caseríos, trabajaban de sol a sol, y las nuevas calles eran su obra merítísima. Eran felices maestros de obras, con obreros de todos los oficios, comenzaban y terminaban las casas, ingente obra de la continuidad y de la energía. Terminaban las calles y levantaban casas; llegaban habitantes nuevos para unirse a los antiguos, como sí ellos recordasen aquellas palabras del Fuero de repoblación, donde dice que se conceda a omnibus fominibus, presentibus et futuris, qui populati sint et in antea populabantur in Sancto Sebastiano». 

Y aquellos habitantes nuevos, identificados con los antiguos, asimilándose en sus costumbres y en su vida, continuaron en la reconstrucción de las calles, paseos, casas y bellos edificios de la Ciudad. El trabajo en el hombre continuó incesante; se talla la piedra, se trabaja en el mármol, se ornamenta la madera, se abren camino las industrías y el comercio; se asimilan todos los adelantos europeos; se perfeccionan los servicios públicos. Nace aquel San Sebastián fundamento del actual. Una fotografía de las pasadas épocas, nos indica la grandeza en el trabajo inicial y reconstructivo. El avance del sacrificio y el sacríficio de la Cíudad. 

Las calles bien alineadas, las casas con la sencillez de toda socíedad familiar. El cielo azul que preside la ciudad, admirado de todas partes. Y todos los paseos frondosos con matices de esplendidez. El bienestar es evidente en todas las clases socíales. Y San Sebastián no tenía pobres. El alma obrera compenetrada con las costumbres de todo el pueblo, convivía con las grandes familias. La ciudad de San Sebastián carecía de cuestión social, y aquellos jornaleros que bajaban de los caseríos a la ciudad, de las aldeas cercanas al casco de la capital, traían consigo el entusiasmo por el trabajo; el goce de trabajar; la identificación con el progreso de San Sebastián, que lo sentía como cosa propía. Esta es la verdad.

De aquella verdad surge raudamente la población; Ilega a la Avenida de la Libertad, se encauza el río, se ensanchan urbanizando los arrabales, y en todos los demás órdenes, sigue idéntica línea de progreso. Las artes, la cultura, la música vocal y la músícá ínstrumental. Desde la Sociedad de principio de siglo, titulada la «Balandra», hasta nuestras orquestas y orfeones; desde la escuela de Santa Marta, los Colegios de D. León Sánchez y D. Toribio Pena, hasta los grandes centros culturales de hoy; desde las pequeñas almonas y el modesto comercio de la Ciudad, hasta la espléndida presentación de hoy. Todo, absolutamente todo, es obra exclusíva del trabajo. Insaciable cuando se reconstruye la ciudad y constante cuando aparece San Sebastián con la firmeza y exhuberancia actual. 

Pues bien; toda esa continuidad en el trabajo, toda aquella pureza de la labor administrativa; que desde el empleado hasta el alcalde y el concejal se hallaban identificados; es el San Sebastián príncipio del siglo XX que lo estamos descríbiendo. 

Del momento histórico en que los orfeones se contentaban con aquella simpatía de los maestros Oñate y Lushu, dirigiendo como número de programa el «Ume eder-bat» x el «Boga boga mariñelak», hasta la gran arquitectura que hoy se construye, magistral y ornamentalmente, por orquestas, orfeón y diversidad de coros, nadie negará que el paso es de gigantes. Y esta es obra indudable de un trabajo constante, con la máxima tenacidad en busca de la perfección, llegando así a los grandes veraneos, consecuencia del trabajo. Recordemos, donostiarras, aquellas tardes de deliciosa temperatura en que la terraza del Gran Casino se saltaba, frase la más exacta, al salón de conciertos, y la batuta de Arbós, dírigía con suprema elegancia la Marcha Fúnebre, del *Crepúsculo de los Dioses», y las maravillosas páginas de la Sinfonía de «Tanhauser». Todo aquello, orquestado con un magnífico instrumental. Y un marco de difícil superación. 

El día 27 de agosto, el concíerto del Gran Casino fué consagrado a Wagner: «Crepúsculo de los Dioses», «Parsifal», «Sigfredo», «Tanhauser» y «Rienzi». Un público inteligente y entendido en el arte musical; un salón maravilloso de luz y de ornamento. Espectáculo que terminó con cotillón; con unos palcos que se pagaron a veinticinco duros cada uno. Y fué primero en ocuparlo el Embajador de Alemania. 

Se había creado ya, la titulada «Gran Semana», quinta esencía de la fiesta; la anímación y el prestigio veraníego de San Sebastián. Días antes se sirvíeron en los distintos restaurantes, siete mil almuerzos. Y se organízó uno de los partidos de pelota llamado monstruo, y que se anunciaba como algo emocionante y sensacional. Todo a bombo y platillo. Se jugaron en el nuevo frontón de Atocha; un «Jai-Alay», con cubierta de cristal. Jugaban los campeones de los frontones modernos; Berrando Navarreta y Hernán Cortés, de la Habana, entre otros. El partido se jugó a cesta; sacarían a ocho cuadros y apostarían mil duros. El frontón se llenó como en los mejores tiempos del pelotarismo. Lucíeron los monumentales sombreros, sobre las cabezas femeninas. Los palcos deslumbraban por su fastuosidad y la fiesta de la pelota convirtió, al frontón, la máxíma elegancia. 

Antes de comenzar el partido, los jueces cuentan uno a uno, los diez «veraguas» que se atraviesan; y al poco tiempo hiende a los aíres aquel oro español de los gloriosos tiempos, de las grandes monarquías, y que lo quisiéramos ver hoy. Una onza de oro, limpía y brillante de los Carlos, los Felípes y los Alfonsos, se echa a cara o cruz, ante los miles de miradas fijas en la maravillosa dominadora moneda, que hasta en los partídos había de decidir, cuál de los dos jugadores iba a ser el primero en el saque. 

Comienza la lucha, y los contendíentes lanzan pelotas cegando al mismo aíre. La rapidez es vertiginosa, y los pelotazos en la pared, son disparos de arma de fuego. En aquella lucha de formidable energía, de resístencía inaudita, van pasando los tantos. El público presencía las jugadas bajo impresionante emoción. El partído sigue entre las ovacianes de la multitud y la inquietud de las almas; hasta que llegó aquel momento en que uno de los jugadores cae en tierra, rendido, jadeante. Ya no puede continuar el partido. 

Le sueltan las cestas, la boina y el bombacho blanco, y la suerte se decide en favor del contrario, que era Navarrete. Y este llegó a los cuarenta y cinco tantos, cuando su colega, en tierra, quedó en veintiocho. El vencedor fué ovacionado, isiempre la gloria del vencedor! Y los «catedráticos» ganaron mucho dínero. Pero todo esto, que yo voy uniendo, aunque parezcan ser episodios sueltos, es una consecuencía del principio fundamental del trabajo. 

Quíero decir, que la Ciudad se hallaba, bajo el punto de vista administrativo y urbanista, para sostener decorosamente unos veraneos de primera capítal española; con una moral que nunca se degradó. Esto no se podía llevar a cabo sin un trabajo estudiado, generoso, porque todo se encontraba a un nivel de gran ordenamiento de cíudad. Los grandes conciertos; las fiestas, en general; los alojamientos; la cortesía de las gentes; la urbanidad de todos los grupos; el conjunto adminístrativo; la higiene de la Ciudad; el bien recibir a los grandes personajes; la forma decorativa de los palacios veraniegos; el alma de las autoridades locales. La vida en general, organizada mediante la sabiduría del trabajo, en una cíudad capaz, por sí sola, de sostener unos veraneos eficientes, admirados por cuantos los dísfrutaban. La nobleza de sus habitantes. 

De manera que los episodios no eran hechos sin hilación, síno que se producía y se unía como la armonía de un conjunto, y como la consecuencia de un principio de admínistración y un fundamento sabio de trabajo. No era un gran concierto, ni un gran festival, ni una gran carrera de caballos, ni una partida de tenis, ni un formidable partido de pelota, ni la presencía de personajes europeos, ni la protección decidída de una Reina y la presencía de, nada menos, que de toda una Familia Real. Era un todo orgánico y homogéneo. Una síntesís de todo ello. Y esto no lo consigue ninguna capital del mundo, sin que el trabajo generoso, y verdadero trabajo, constituya el principio fundamental. Esto fué, ni más ní menos, aquel San Sebastián de príncipios del siglo XX. TRABAJO. 

El hombre no es sólo sentimiento, no es sólo razón, no es sólo voluntad. Lo es todo; sentimiento, razón, voluntad, personalidad. Hombre en una palabra. Y como tal, ser racional. 

Esto, aplicado a la ciudad, es San Sebastian; no nos hagamos otras ilusiones. Porque estamos hablando concretándonos, objetivamente, a una, casí la principal característica de San Sebastián.

Adrián de Loyarte.

Costumbres - El vascuence en la Ciudad.

TIENE San Sebastián un rincón tan bullicioso, que aunque las mujeres riñen, al poco rato están alegres. Es un rincón de sabor donostiarra, donde se trabaja cantando A donde se canta soñando. 

Huele a salazón, a pescado vivo y fresco; y los hombres lo llenan en cestos y las mujeres los preparan en tinas. Es un barrio que no conoce el silencio porque el griterío es su emoción. Y cuando la pesca es abundante, ¿para qué más distracción? Los vaporcítos atracan y el paredón del muelle le ayuda, y los dos se abrazan a una, para que la pesca quede en tierra. 

Y en este simpático rincón, donde se trabaja de prisa, se platean las tinas con discos de abrillantadas escamas. Se ungen de sal, más que la de todas las del barrio, y en el jaleo de sacar del vapor y llenar las tinas, se habla como una canción, que es el pentagrama del habla que dialoga. Y es allí donde el vascuence no se pule. Entre los hombres de mar y las mujeres de tierra y sin Academia ni reglas, hablan el más dulce vascuence que en paraje alguno de Guipúzcoa se ha podido hablar. 

Este es aquel barrio de pescadores, el de las familiares casas que bajo un largo techo guarda lo que al día siguiente han de exportar. Lo que al poco tiempo, en las cestas sobre sus cabezas, o con el caríño de sus arqueados brazos sobre sus cuerpos, han de vender. 

Tú eres ese rincon donostiarra que a la salida del Sol te visita, y su puesta te sombrea con su último resplandor. Ayer puerto de barcos de tonelaje y hoy de lanchas, bateles y vaporcitos. Ayer, puerto modelo, y hoy, Kаy-arriba, eres muelle donostiarra de históricos pescadores y de traíneras de alta mar, de lanchones de vela cuadrada y de pescadores de caña y aparejos de cordel, de redes y salabardos... ¡y entre ellos yo tanto jugué!.. 

Pero eres más, porque además de la vida tienes color, y con el color tienes fecunda personalidad, humilde y de trabajo, pero tuya y sin copiar. Tu cuerpo tiene luz y tu alma generaciones de vida. Y cuando hoy recuerdas aquellas flotas de traineras, que al puerto veías llegar, aunque la tristeza te invada, abrázate ante el recuerdo y en la pérdida mira si en cambio el vaporcito te habla mejor.

Pues bien: este barrio, barrio de pescadores y de historia de pescadores, es el barrio más alegre de la Cíudad, el de más bullicio y salero; es el que siempre llena un recuerdo a la Virgen que es su Madre Celestial, la del Carmen, el de los <portales» y de Santa Rita y Santa Quiteria. El que se llama barrio de la jarana, donde se cuentan las horas cuando los marinos no vuelven y cuando no se cuentan ni los años, cuando el mar en sus faenas les proteje y les da tiempo para rezar.

Es el barrio de la jarana, el barrio del delicioso vascuence de musical eufonía y de ausencía gramatical. Su sonido no se estudia, ni su giro se pregunta, ni nada se prepara como planta exótica de invernadero. Es el vascuence que se habla en toda la parte vieja de la cíudad de San Sebastián, espontáneo y bullicioso como el agua del manantial. Los vocablos son del pueblo, y en el pueblo hablan sin estudiar. Y lenguaje es el alma, el alma y el corazón de toda la antigua Ciudad. Hoy como ayer se habla; dulce como un cariño maternal y tierno como una amorosa canción.

Es el vascuence que está cerca del mar; para que tenga sonido y sepa cantar. Para que con su música, el poeta apague su sed de lirismo y el músico un concierto de sinfonías. Es el vascuence que baja de la montaña y se acerca a los mercados, te ofrece las frutas frescas y las flores perfumadas. No tiene ni un solo documento donde conste su nacimiento, ni moneda de metal donde se graba el retrato de un Rey, ni el escudo de sus armas. Por carecer, hasta le falta la gruta donde naciera; y sin embargo, es su origen tan preclaro, que si por la península paseas

en ríos y en montañas, encontrarás todos los nombres de tu vascuence, y del inmortal nombre de España, el «ezpaña» que es labio en este dulce vascuence. 1 hsin ne s Y desde la ciudad de San Sebastián, hasta la punta de Gibraltar es la corona de tal esplendor, que si se pudiese recopilar y en brillantes traducir, no habría noche en toda la nación con los resplandores de sus aguas.altad ls Pues bien, si entre las costumbres de un pueblo, nes detenemos en la lengua, nos encontramos con que el vascuence que siempre se habló en la ciudad de San Sebastián es de lo más dulce y eufónico. Se habló más en el pueblo que en las clases elevadas. En la montaña y en el mar. En la montaña a través de las familias de todos los caseríos que circundaban a la cíudad, y en el mar, en los puertos más cercanos a San Sebastián. El vascuence del caserío es más puro que el de la Ciudad pero no es más musical. El de los puertos sí, es agradable, con cierta mezcla de modísmos. A principios y primera mítad de este siglo, el vascuence vestía de boina. En las familias, las señoras hablaban con la servidumbre; en aquella, casi toda era la fiel servidumbre del país, la hija de los caseríos de familía numerosa, donde se guardó siempre la pureza del vascuence, y bajaba a la Ciudad. ont in A pesar de las vicisitudes de los tiempos, el vascuence sigue hablándose en los distintos sectores de la ciudad de San Sebastián. Antiguamente se hablaba en el barrio de San Martín, y era en este barrio un vascuence sonoro, que se unía en ritmo al vascuence del barrio de la Jarana. Hoy sigue hablándose en todo el radío que comprende desde la Subida al Castillo; las calles de la Virgen del Coro, El Angel y Campanario, hasta los confines de la Brecha, San Juan y Pescadería. Las calles de 31 de Agosto, con sus sidrerías, y las de Puyuelo, San Lorenzo, Constitución, Pescadería, formando un conjunto que parece de diversidad de lengua y costumbres. Es el vascuence en toda esa zona, donde se conserva todavía, como trasunto de otros tiempos y otras edades. Se oye hablar en las tiendas, por las calles, más a la mujer que al hombre, en la familia, en los pequeños paseos después de las horas del trabajo. En muchos hogares se reza en vascuence. En negocios de hombres de contratos y construcciones, cuando se trafica con leña y se sirve el carbón, cuando se ve trabajar en las obras de las casas. El vascuence es el alma de la vida de muchas familias. Desde el paseo de la Alameda, a través de todo el desarrollo de la Ciudad, ya apenas se habla el vascuence y en cambio existen numerosos núcleos de familia donde apenas se entiende el castellano. Cuando la gente del pueblo baja a la cíudad, se une a su familia y han de perfeccionar algún documento ante Notario, se necesita de intérprete, si el Notario no conoce el vascuence para poder interpretar, traduciéndolo. En el aspecto religioso son infinidad los libros y devocionarios que se venden impresos en vascuence, y estos libros se han venido editando desde hace ya siglos. Los confesores cumplen en el confesionario con su sagrado minísterío hablando en vascuence con muchos de sus penitentes. En la Cuaresma, de la que hemos hablado detenidamente en anteríores capítulos y tomos, se predica en vascuence. Si viviera don Isidoro Bengoechea, algo diría de estos sermones.es nõlutanoC оsuсoJ u2 Lo que no hace el pueblo es alterar el lenguaje que se ha venido hablando durante siglos. Ni cambíar la costumbre y el léxico heredado de padres a hijos, ni inventar ortografías de ayer. Y si bien es cierto que los defectos de dicción se cuentan como adulteraciones, no es menos cierto que la misma habla popular los va corrigiendo; a medida que se habla los modos, se pule en la misma entraña del pueblo. Pero hoy se habla más y mejor vascuence que a medíados del siglo XIX. Tenemos barrios come Ategorrieta y El Antiguo, en los que no se pierde la costumbre de hablar la lengua vernácula. El modo de expresarse no ha cambiado en su eufónica dulzura de suavidad de la primera luz. Nuestros poetas han pulsado la líra, arrancando del mismo pueblo su inspiración, como la poesía gallega. Como la inspíración de Rosalia de Castro en «Airiña Airiños», aire; *Adios rios», «Adios fontes», interpretación lírica del alma popular; «Cantares Gallegos», glosa de los cantores populares de Galicía, y «Follas Novas», esencia subjetiva del más profundo lirismo galaico. Así la poesía de los vates donostiarras,ha nacido también del alma popular. De la ciudad donostiarra surge el «Ume Eder-bat», canto del amor y de la vida. Las composiciones poéticas de Vilinch, nacieron en la mísma entraña lírica del alma popular donostíarra. Entre las calles de Iru-chulo, siempre viejas y siempre nuevas, vascuence e inspiración de la misma fuente y vida popular. Cuando sus composiciones de «Contzeziri», «Beti zutzas pentzatzen» y algunas otras, compuso con todo su pensamiento en el alma del pueblo donostíarra; el vascuence en la ciudad de San Sebastián, es posible que no se hablase con la extensión con que hoy se escucha. Don Antonio Arzac nace y vive en San Sebastián, y es su vascuence en «Zerura» y en «Maricho» la quinta esencia de la líríca dulce y armoniosa. Lenguaje de pureza en sus líneas, bebiendo en las mismas fuentes del casticismo donostiarra. Alma de la psicología popular y poema cuya suprema inspiración enaltece todas las más elevadas cualidades de la lengua vascongada. La cíudad de San Sebastián es la inspiración del autor del cancionero vasco, que canta en su poesía toda el alma del pueblo. Manterola, al comparar su magnífico Cancionero, estudió la vida del país. recogió su alma poética y la dió a conocer. El Cancionero, que es colección de poesías líricas, la antología de sus más selectas canciones y, musicalmente, la mejor colección, es en este caso del vascuence donostiarra, la identificación de la lengua y costumbres del país. Si en la poesía la llama de la inspiración se idealiza con Vilinch, con Arzac, con el Presbítero Aguirre, con Emeterio Arrese, con el bardo Iparraguirre, en la música los cancioneros de D. Resurrección M.a de Arcue y del Padre Donosty, y las páginas musicales del Padre Otaño, pueden compararse con cualquiera de las antologías de los compositores de otras provincias españolas. Y esta es la síntesis, reflejo del habla vascongada en los distintos sectores de la cíudad de San Sebastián, no sólo de estos momentos hístóricos en que estamos hablando, sino de pasados siglos; porque el vascuence síempre se habló en San Sebastián desde la misma entraña de aquel fundamento histórico que se liamó Hizurun, hasta el últímo día de la mísma existencia suya. Es el alma de su virtud, el aroma de su esencía, la calidad de su temperamento, el grito de su amor a la lengua materna. Que no podemos sentir como Miguel de Unamuno, cuando en una solemnidad de Juegos Florales afirmó que debía enterrarse con solemnes funerales. Y la ciudad de San Sebastián, no solamente se ha distinguido por la práctica constante del habla vascongado, sino que ha familiarizado la más dulce, la más armoniosa, la más suave y la más agradable en los giros, que en vascuence alguno se ha podído escuchar. Buenas costumbres y buen idioma. Los dos, van casi siempre unidas.

La entrada de la ciudad de San Sebastián por el mar.

 COMO ya dije en el anterior capítulo, la tercera entrada de la Ciudad, es la que se verifica por el mar. La entrada por mar, como tercer agujero de San Sebastián, es de un efectismo impresionante. Cuando la visión es algo lejana, las dos montañas de Urgull e Igueldo surgen como dos emociones líricas; la Isla de Santa Clara es una inspiración de melodía, y la llegada a la bahía, el sentimiento más vivo de amor a la naturaleza, creada por Dios para admiración del hombre.


Es entonces la Ciudad una extraña maravilla, donde encarnan las montañas que la circundan, y la misma Ciudad, que recuerda el arte urbanístico al pie de una cordillera. La entrada a San Sebastián por el mar tiene un encanto extraordinario; en días de primavera o verano son los reflejos del sol, que inunda de matices multicolores todo un anfiteatro; es la misma bahía que parece abrazar toda manifestación del espíritu, la misma belleza del agua y de la arena, que forman la unión de los colores más diversos.


A medida que se va acercando a tierra y se abarca el arco de toda la Ciudad, el contraste de la estética es de inmejorable belleza. Cuando yo he llegado alguna vez a experimentar la sensación de la sonoridad, es cuando a la aproximación de la playa, toda la sucesiva rompiente ha alcanzado una vibración de ritmo. He pensado de cómo las fuentes del arte, tienen una visión o una expresión de la más profunda sencillez.


La ciudad de San Sebastián, vista desde el mar, es de tal encanto al abandonar el horizonte infinito; produce tal goce de los sentidos, que parece un cambio físico, sin poder apreciar el verdadero sentido de la belleza. Así, San Sebastián es una ciudad excepcional. Cada trozo del mar que la rodea es un momento de meditación, y cuando se entra en su bahía, es a su mano izquierda, uno de los más bellos rincones; todo el contraste del solar viejo que recuerda el antiguo.


Sigue la construcción de todo el urbanismo de mediados del siglo XIX; y cuando ya llega el centro de la Ciudad, la belleza del anfiteatro de la Concha, es visto desde el mar como la delinearon aquellos artífices de San Sebastián, del principio del siglo XX, y todo el conjunto de algo que produce una gran sensación de belleza difícil de superar.


Recordemos ahora la historia con la expresión de la belleza como principio del arte. Vamos ahora al mismo fundamento de la historia como principio de la Ciudad. Y al dirigir la vista desde el lado inclinadamente derecho de la bahía, y deteniéndonos en el avance de Ondarreta, siguiendo todavía más a la derecha, allí está el lugar, totalmente reformado, que fué en su origen la entrada de aquel primer puerto defendido por grandes diques. Pero el desnivel entre la superficie de la bahía y la del puerto, que dicen los antiguos documentos, era de tal proporción que nunca mantuvo seguridad absoluta. El primer puerto de San Sebastián, que bañaba toda una originaria población, corrió varias veces peligro de ser sumergido por el ímpetu de las aguas de la bahía. En los días de grandes temporales, el peligro era algunas veces inminente; con vientos forzados del cuarto cuadrante, no sólo era peligrosísima la entrada en el primer puerto que tenía San Sebastián, sino también la ruptura de los diques.


Los nombres de Portuondo, Portuaundi, Portuechie, llevan todavía a nuestros recuerdos históricos, la existencia del puerto y villa de San Sebastián; del mismo modo que en Terranova los epitafios de numerosas sepulturas de nombres vascos, que poblaron las pequeñas islas. 


El llamado Antiguo, y en su lado derecho entrando por la bahía, es el primer puerto de San Sebastián, y fué en sus cercanías, la primitiva población desde los primeros siglos del cristianismo. ¿Fué la antigua Hizurun, la que se hundió entre los mares? No sé si puedo asegurar que una excavación bien estudiada podría dar por resultado el hallazgo de la población de San Sebastián primitivo; el San Sebastián antiguo, aquel que a pesar del hundimiento dejó recuerdos de su remota antigüedad. El estudio de la pila bautismal descendiendo del año 1400, daría, a no dudarlo, un resultado positivo.


Pero no es este el lugar ni el momento de ahondar en fechas tan lejanas de la historia de la que fué vilia de Hizurun o villa de San Sebastián. Pues bien; estas son las tres entradas que he descrito de la actual Ciudad, y nos dan una idea exacta de su magnífica belleza. Estas entradas han ido reformándose a través de los años; los que sólo conocían la entrada por la calle Matía, quedarían asombrados ante la belleza de la Avenida de Zumalacarreguí; la Avenida de aquel insigne caudillo, héroe de tantas y tan reñidas batallas; tiene la suavidad de una alfombra cuando se entra a la Ciudad.


La entrada por el mar al puerto y muelle, tiene hoy una actividad distinta de la que existía al principio del siglo XX. Pero se entra por el muelle, no sólo a la antigua, sino a las viejas calles de la Ciudad, salvadas del incendio y del saqueo, y dos templos de los siglos XVI y XVIII, y un edificio convento del siglo XVI de la orden Dominicana, de lo que podemos admirar y enseñar.


Y aquí llegamos, con la descripción de la entrada, a una fase distinta de la misma población, y a la necesidad imperiosa de conservar todas las bellezas de nuestro paisaje, con un cuidado exquisito. Nosotros no podemos compararnos, en todas las bellezas del arte religioso ni de arte profano, a otras capitales de España. Esto es evidente. No poseemos la riqueza catedralicia de Toledo, ni sus tapices, ni pendones, ni estandartes, ni menos una portentosa custodia como la de Arfe. Tampoco esas maravillosas catedrales de León, Burgos y Sevilla. No tenemos arte profano, ni lienzos de arte religioso como en las capitales de Sevilla, Córdoba, Valladolid. Todo esto es algo de maravilla, que recuerda lo inmortal; el hombre profundamente religioso se arrodilla y anonada; el estudioso y observador encuentra temas para escribir literatura, también inmortal; y el turista, sabio o profano, invade templos y museos para embobar su curiosidad y admirar su grandeza, sin igual en el mundo. Esto es evidente.


Pero en cambio, la mayoría de esas poblaciones, carecen de la obra creadora de Dios, que nuestra querida ciudad de San Sebastián la tiene como un espléndido regalo de la Naturaleza. Tenemos ese paisaje tan bello y tan atractivo, de una suavidad encantadora, que por cualquier lado que se le mira no admite superioridad de comparación. Tenemos un horizonte tan divino, que ninguna persona de mediana sensibilidad se cansa de admirar; cordilleras de montañas cerca de la ciudad misma; una bahía como la de la Concha, que cuanto más se contempla, cuantos más años pasan, siempre está bellísima y de incomparable grandeza. Y más gusta. Y esto, aparte del arte religioso, es la riqueza de la ciudad de San Sebastián, la que debe cuidar y la que tiene que mantener.


Cuando se construyó el ferrocarril del Monte Ulía, el éxito fué tan magnífico que diariamente subía el público a contemplar todas las bellezas que encerraba. La familia Real le dió distinción. El monte Ulía carece hoy de ferrocarril y de funicular. He aquí un trozo de vida donostiarra que se ha abandonado. No es que se haya perdido, porque la belleza de Ulía no se pierde mientras exista; pero carece de la vida veraniega, y aun local, que le dió renombre paisajísta a San Sebastián.


Y aquí está el secreto de la Ciudad; en saber aprovechar todos aquellos matices que son su mayor encanto. Y sobre todo, distinción. Cuando llegaban a la ciudad de San Sebastián la Princesa Pignatelli de Aragón para visitar a la Infanta Eulalia; cuando el Duque de Oporto llega a nuestra Ciudad, acompañando a la Reína Pía, y el Alcalde, al recibirla, la saluda en nombre de la Ciudad y la ofrece un ramo de flores; cuando el Príncipe Pío de Saboya llega, trayendo para el Ministro de la Gobernación las insignias de la Gran Cruz de San Gregorio el Magno, concedidas por su Majestad; cuando todo era grandeza y distinción. San Sebastián no cedía a nadie en rango y en señorío. Ni tampoco hoy.


Pero hay algo, que entonces secundaba la iniciativa privada con casi o ninguna ayuda de las Corporaciones.


Eran aquellos grupos de personalidades financieras, de donostiarras acomodados, que con iniciativas felices, ornamentaban la Ciudad. El siglo XX, en su primera mitad, ha sido para San Sebastián el siglo de un progresivo desarrollo. Ahora, lo difícil es saber seguir encontrándose con una ciudad en pleno crecimiento y no atrofiarse.


Hemos hablado de las tres más bellas entradas de la ciudad de San Sebastián. He recordado históricamente, el hundimiento de la primera villa de San Sebastián. He llegado a un momento en que me venía a la mente la palabra «turismo». Me había olvidado de ella, con encontrarse hoy sobre el tapete...


Pero comentar el siglo XX en su primera mitad y no hablar de turismo, en el verdadero sentido de la palabra, parece una falta a una de las actividades más fecundas que ha llegado a la Ciudad.


La ciudad de San Sebastián no ha buscado el turismo, el turismo ha venido a la Ciudad; no ahora, sino, con otro vocablo, hace ya dos siglos. Turismo es un origen de visitantes de San Sebastián; de quién ha llegado y de quién se ha marchado.


Turismo es algo asimilable en toda ciudad de atrayente interés. Más adelante lo comentaré con la misma amenidad histórica con que se comentan los hechos y episodios más salientes de la ciudad de San Sebastián.


Las entradas de la Ciudad de San Sebastián, por Ategorrieta y la Concha.

 NO sé cuántos pueblos existirán en el mundo que como la ciudad de San Sebastián, ofrezcan al que la visite, tres grandes imponderables entradas. Tres bellísimas escaleras principales de un palacio, para entrar en el gran salón, o tres maravillosos pasillos ornamentados, para gozar de la opulencia de toda su majestad. Este es el caudal urbanístico más bello de la Ciudad.


Cuando se entra en una capital, aunque toda ella sea muy bella y muy atractiva, una de las condiciones casi esenciales, es que la entrada, aunque no cuente más que con una, ésta sea muy bella. Porque es la impresión primera la mejor; la que predispone a juzgar la población, en general, de más o menos belleza.


Roma y Londres tienen entradas soberbias. Londres, cuando se entra por el puente Westminster, presenta uno de los aspectos más majestuosos. El Támesis y aquel puente son de grandeza extraordinaria; del puente se desemboca a la gran calle del Parlamento y, aún, a otra más ancha; se descubre entonces a derecha e izquierda, magníficos edificios y palacios. Termina aquella espléndida vista en la plaza donde se encuentra la gran estatua ecuestre de Carlos I.


Lo que sucede es, que por muy bello y grandioso que se presente, aquella majestuosa entrada, para nada sirve al visitante, al encontrarse con una niebla que viene a desencantar a cuantos llegan con lógica ilusión, a la formidable urbe europea de Londres.


No vamos a formalizar ninguna comparación, pero tampoco tenemos que envidiar a nadie en la entrada de la capital. La ciudad de San Sebastián ha sido conocida desde hace muy largos años, con el nombre de Iru-Chulo; es un nombre simpático, que traducido del vascuence, quiere decir «tres agujeros».


«Estos son de Iru-Chulo», se decía a principios del siglo XIX, cuando se encontraba a los habitantes de San Sebastián. El trato original ya venía de siglos anteriores. Al decir Iru-Chulo, se hacía ver que eran de la villa y de la ciudad que tenía tres agujeros, es decir, eran los tres agujeros que por cualquiera de ellos se podía entrar en San Sebastián, hacia el mar.


Y efectivamente, ya en el siglo XVII, el inmortal obispo de Pamplona, don Prudencio Sandoval, habla de la villa de San Sebastián, de Guipúzcoa y de las tres entradas que la villa tiene hacia el mar. Esta es la Iru-Chulo, tan castizamente nombrada, y Sandoval lo hace constar en su tan rarísima como importante obra, en el comentario sobre el pueblo de Hizurun.


A principios del siglo XX, la ciudad de San Sebastián, mantiene aquellos tres agujeros, de los que ya con relación de siglos anteriores cita Sandoval. Los tres son de una gran belleza. No se sabe cuál se ha de colocar en primera línea; la entrada de San Sebastián por la carretera de la Frontera, llegando al Paseo de Ategorrieta. La entrada por la carretera del antiguo, dominando todo el horizonte del mar Cantábrico. Y la entrada por el mar, que antiguamente llegaba nada menos que hasta la hoy carretera de Igara, de la que más adelante hablaremos. Y en la actualidad hasta la bahía de la Concha, dársena y puerto de San Sebastián.


La entrada por la carretera de la Frontera, aparte de recordar las suntuosas llegadas de los más grandes reyes de la historia a Fuenterrabía, embarcando en la Herrera y pasando Rentería, presenta un paisaje sencillamente encantador.


La carretera que comienza en Irún, descubriendo un paisaje de montañas a ambos lados, unidas y esparcidas en suaves declives. La gracia de los caseríos esparcidos en la pendiente del Jaizquibel, como ambiente de vida. Un recorrido sencillamente maravilloso por los matices del color y la suavidad de las líneas. Y un aire envuelto en sonidos de misterio, nos lleva a la visión del mar azul, en uno de los puertos más bellos del mundo, como Pasajes, con su defensa natural de montañas, enhiestas sobre cimientos inconmovibles de la tierra.


Y en poco tiempo, la belleza del gran paseo de Ategorrieta; la carretera abierta y defendida de los aires bruscos. La población de palacios y palacetes, ornamento de guardianes uniformados, camino de belleza que sabe a sol, con entrega de salud y alegría de brisa; lira desbordante de armonías del espíritu. Y de noche, un misterio de silencio romántico. De pronto, la entrada luminosa a la Ciudad, por un puente a cuyos dos lados, la sinfonía del mar y la majestad de las montañas, entrega a la vista, la ética de la emoción.


No puede dar la entrada de una ciudad, ni el paso de un puente como el de Santa Catalina, una emoción de mayor poder sugestivo, que la visión de esos dos paisajes.


Detenerse unos momentos para la mera contemplación del espíritu, es comprender hasta el infinito, la misma esencia de la belleza. Porque esta entrada de San Sebastián, dejando el paseo de Ategorrieta, es la mayor delicia de los sentidos, cuando en realidad se quiere recrear en la visión del gran paisaje. Un momento de descanso, en la carretera de Ategorrieta, al pie del Convento de Santo Domingo y después de la Clínica de San Ignacio, admiramos los dos montes de Igueldo y Urgull. Recortados en abanico, delinean la concavidad celeste, y maravilla el fondo, con el colorido ideal de rojo y púrpura, iluminando las tardes veraniegas y otoñales.


Es la poesía en el crepúsculo; la meditación en la hora en que se postra la tarde; parece como el último color de la vida que muere; la melodía que se apaga; el canto que termina; pero en la dulce melancolía del espíritu. Y todo esto que es belleza, es a la vez uno de los mayores encantos de la ciudad de San Sebastián.


Estos matices que deben contemplarse, son una parte, la más deliciosa, de todos los atractivos de la Ciudad. Cuando el alma es sensible, se llena de gran emoción si se fija en estos dos cuadros que acabo de describir. La visión celeste entre los dos montes de Igueldo y de Urgull, la expresión del color y de los dos lados del Puente de Santa Catalina; la luminosidad del mar que se acerca a lo que parece el infinito; la fantasía de una cordillera de montañas, como una decoración incansable a la vista.


Pero esto, no solamente hay que sentir; hay que hacer sentir, hay que educar. Y con todo el lirismo que convida a la delicia de la vida, y a amar el espíritu, se entra por la Avenida de España en la Ciudad de San Sebastián, y se acaba por abrazarse con la vista del mar.


Vamos ahora con la segunda entrada de San Sebastián. Si hay algo bello en el mundo, es toda, cuanto se puede contemplar como emoción y como amor. Es la entrada por la carretera del Antiguo y la continuación por el paseo de la Concha.


Estamos hablando históricamente a principios del siglo XX; porque la visión de la lejanía del mar y de un paisaje virgen, era ya en la antigua y primitiva entrada de San Sebastián cuando,

todavía siendo villa, se bajaba a la Ciudad por la carretera de Ayete. Y el Rey Felipe III manda parar la suntuosa comitiva, que con su Majestad, llega a la Ciudad. El Monarca, maravillado ante el paisaje, se detiene en el alto de San Bartolomé. La emoción le produce una de sus más bellas exclamaciones y baja a la Villa. Nunca pudo suponer el Rey lo que San Sebastián encerraba en belleza tan sugestiva.


Pero esta entrada es la antigua; no hablemos de ella, sino de la moderna, que actualmente llega por el Antiguo. Es la entrada que deja ver la maravilla de la bahía de la Concha en toda su más soberbia plenitud. Y la entrada de Ayete por Oriamendi, destruída por la piqueta de la civilización, carece hoy de la antigua belleza; hasta parece que no existe, y sin embargo, ¡cuánto encierra de bello ante la visión de su histórica montaña, de todo su abierto panorama que nos va recordando la nueva Ciudad! La segunda entrada, por la carretera del Antiguo, recordando aquel primitivo San Sebastián, es en la actualidad de la más suprema belleza. Hay días en que es tal la pureza de su cielo, que parece distinta al resto del cielo de la Ciudad.


La entrada anterior se verificaba por la calle Matía, pero la actual, construída durante el primer tercio del siglo XX, es a través de la Avenida de Zumalacarreguí. Esta Avenida bordea todas las bellas edificaciones de Ondarreta. Cuando ya se entra en ella, surge la primera vista de la maravilla del mar, el sentimiento de la naturaleza cuando la vista del monte Igueldo inicia en el hombre la ternura de las cosas que van apareciendo a medida que se va entrando carretera adelante; y la música que murmura los primeros compases de la cadencia de las olas, va sucediéndose con la suavidad de una oración de monjes recogidos.


Mirando a mano izquierda, toda la opulencia del mar, es como una majestad con manto de armiño. La primera visión es la de la superficie casi inmóvil de la bahía; es el espejo que en un inmenso cristal, se refleja el anfiteatro del paseo de la Concha.


Paseando por la suavidad de la curva que llega hasta el final del paseo, sentada sobre el mar, está la isla de Santa Clara con toda su interesante historia.


Cuando amanecen esos días gozosos, de pureza de santidad, el viajero que va entrando sin mover su vista de un panorama casi único en el mundo -y lo digo sin hipérbole, se encuentra con las aguas doradas por el sol de los cielos y el encanto de una arena, que por su finura y suavidad, es un bello tapiz para que lo puedan pisar delicados pies de unas virgenes del Señor.


Y todo esto abierto, mirando por el mar, como la verdadera figura de una concha. Y desde el comienzo de la entrada, como la gran línea de una palmera ligeramente ondulada. Pero en junto la plenitud de la vista. (pdf)


Fe de erratas.

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El Ayuntamiento conmemora la reedificación de San Sebastián (II)

 FUÉ el mes de octubre del año de 1913, cuando terminaron aquellas fiestas con las que el Ayuntamiento acordó conmemorar las fechas de 1813 y de 1863. 

Hubo del 1 al 10 de octubre, grandes conciertos vocales y no menos solemnes instrumentales. Se celebraron las representaciones de las óperas vascas. Entre ellas, Mendi Mendigan. Los partidos de pelota fueron muy notables. Pero en conjunto, todas las fiestas celebradas por el Ayuntamiento, fueron por su cultura y su sentido histórico, dignas de la ciudad donde se realizaron. Las descríbiré. De todas ellas he de destacar las dos, a mí juicio, más importantes. La inauguración del monumento conmemorativo À la Mísa de Requíem. Es el día prímero de septiembre, y el monumento, terminado y engalanado, se va a ínaugurar. La Ciudad es una pintura veneciana, rebosante de color.

Es aquella mañana el principio de una melodía. La calle siente la riqueza del alma donostíarra. Y la animación es un lienzo a todo pincel. Las colgaduras de los balcones delatan la doctrína patriótica. Y el ligero vientecillo que las hace ondular, es el céfiro que envuelve todɔ cuanto en la Ciudad se siente de recuerdo; de alegría y de verdad hístórica. 

Grupos de hombres y mujeres murmurean en grupos, por toda la Cíudad. Y el recuerdo de aquel San Sebastián de 1813, hace a todos, díscípulos brillantes de la historia. No se habla de otra cosa. El cielo siente una mirada de honda simpatía a la tierra y al mar de la Ciudad. Las dos miradas se confunden en el apogeo de la alegría, y la policromía de los uníformes milítares, da la sensación de la unidad de los ejércitos. 

Las sombras del Duque de Wellington y del General Rey pasan siniestras, y se ocultan con miradas oblicuas por las arboledas del Castillo. Y huyen avergonzadas, ante el recuerdo de sangre y de dolor, de los que fueron sus causantes. Oyense voces de mando. Entusiasmo callejero. Salida de tropas. Lá florida planicie de Alderdi-Eder, tiene una mirada de oración angelical. Las aguas de la Concha corren por la playa murmurando. Se adorna la Ciudad con los vergeles de las montañas que la rodean. Y la perfuman de mañana, con un aroma que parece riego de flores de altar.

Tiene en aquella hora matutina la cíudad de San Sebastián, la belleza de una florida palmera, ondulándose y címbreándose, a compás de la brisa, acompañados de los prímeros rayos de sol. Y un viento que envuelve toda la Ciudad con la suavidad de un damasco azul, acaricia los rostros de millares de personas. Entre grupos, los nombres de personajes que repite la historia, son el recuerdo de hoy. El... olvido de mañana. 

Hay una ansíedad de espíritu para presenciar aquellas horas hístóricas, que serán reflejo de las ya hace un siglo pasado. Todas las calles que conducen al gran campo de Alderdi-Eder, se han convertido en ríos humanos, que convergen al mar en calma, de dicho campo. Y las casas son como grandes ojos fijos en aquello que, como histórico espectáculo, se va a celebrar. 

Visto desde la altura de una montaña, es encantador; con temperatura enviada del Cielo, y con riqueza de color que írá aumentando a medida que las líneas del programa vayan desarrollando toda su hermosura. En toda la muchedumbre de esperanza, la ansiedad aumenta en momentos. El cuadro es para la paleta de un genio de la pintura. No es el acto mismo que se va a celebrar lo que conmueve. Es el conjunto armónico de todos los elementos que convergen en dos ideas. La idea del orden. El orden de la naturaleza. La verdad de la historia. Todo está unido en un solo punto.

Preparada para recíbir a las grandes masas humanas que, con uniformes militares, van a desfilar hasta la visión del monumento conmemorativo. Nadie diría que San Sebastián es una capital de provincía. Por los elementos que se congregan, recuerda una gran capital de nación. Las tropas salieron ya de los cuarteles, porque habían de ocupar los puntos estratégicos, y la unidad de la idea. Parte de ellos se extendieron desde el Gran Casino, en el lugar muy cerca del mar, hasta muy cerca de la que, en el momento histórico de que estamos hablando, es la Avenida de la Libertad, por la calle de Hernani. Ocupan el trayecto las siguientes unidades: Regimiento de Sicilia. Artillería e Ingenieros. Habían llegado de Madrid, para imprimír más grandeza al acto: el batallón del regimiento del Rey y el escuadrón de María Cristina. De tal manera el ímpetu de la muchedumbre empujaba en un brío de curiosidad indeclinable. Era tal el sentimiento popular ante el recuerdo de todo lo pasado. Del amor a la Ciudad. Del amor a la hístoría. Del perdón al olvido. De la presencía de tanta jerarquía y realeza, que hubo necesidad de que fuerzas de la guardia civil, a caballo y a pie, con agentes de seguridad y vigilancia, contuviesen a todo aquel pueblo, que ante el entusiasmo de lo que veían y sentían, intentaban llegar, si fuera posible, a palpar y abrazar las piedras y los bronces del monumento conmemorativo. El edificío suntuoso del Gran Casino -hoy Casa Consistoríal- refulgía bajo los rayos de un sol único. Fachada general y balcones se habían engalanado. Reposteros y banderas se cruzaban con la majestad de un Cíelo. Y allí abajo, en la terraza de tan bellas líneas, millares de personas palpitaban en sus corazones la ansiedad de aquel espectáculo de difícil superación. Con térmínos conocidos, estaba abarrotada.

En los balcones vibraba el públíco. Y todo el edificio del Casino, con sus dos torres de monasterío, era el ornamento de la más elevada belleza. La suntuosa decoración. Era aquél, un momento de efectismo a raudales. 

Sigamos con el lápiz dorado de la descripción, y digamos que toda la fuerza que delineaba tan militarmente al campo de Alderdi-Eder. Aquel lujo militar. Aquella formación tan admirada, estaba mandada por el Capitán General de la Región, Marqués de Valtierra. Ante aquel cuadro, con belleza de luces irradiando en uniformes y armas, llega la grandeza señoril, del Ayuntamiento de la Ciudad. Los Ayuntamientos siempre inspiran respeto. Le sigue la Diputación Provincial. Y la precede la clásica Banda Municipal, a los acordes de una música de inspiración colorista, que atrae la atención de millares de almas. Y siguen tras ellos, en primer lugar, los descendientes directos de los gloriosos héroes de Zubieta. Personalidades que pertenecían a la Junta del Centenario. Ex alcaldes de la Ciudad. Los alcaldes de Vergara, Eibar, Azpeitia y Vitoria. Cuando se dirige la vista a la tribuna de espectáculo jerárquico, el Cuerpo diplomático acude a la mente del espectador. El Nuncio de Su Santidad, como representación del Santísímo Padre. Está reverenciado por la muchedumbre que le rodea. 

Siguen los embajadores. Los ministros plenípotenciaríos. Los encargados de negocios de dístintas naciones. Allí estaba, en los lugares preferentes de las siguientes jerarquías: El Presidente del Congreso de los Díputados, que lo era el señor Villanueva. A su lado, los ex mínístros señores Barroso y Duque de Mandas. El señor Obispo de Marruecos y el Reverendo Padre Cervera. 

La Junta del Centenarío ocupa aquel lugar, que al recordar sus trabajos merece, y efectivamente lo ocupa, de acuerdo con las normas establecidas. No falta ni un solo miembro. Y a su lado, aquellos invitados que por su cultura; su saber histórico; su raigambre en la Ciudad; su amor a lo pasado y su relieve en lo presente, merecían figurar en uno de los mejores lugares señalados para tan magno acontecimiento. 

El Ayuntamiento de aquella época, bañado en el aire de la gracía y la cortesía, fué ejemplo de acierto singular. El número de estos invitados fué tan numeroso como selecto. Pero tampoco faltó la brillantez de las sociedades donostiarras. Senadores, diputados. Ex ministros que no figuraban en la vida pública. Personalidades de toda España. Escrítores. Artístas. Políticos. Era aquel momento de ínnumerables personalidades, la espera incomparable de emoción, de la llegada de Sus Majestades los Reyes de España. De toda aquella grandeza sín comparación terrena, del alma de la realeza. 

Seguiremos en el próximo capítulo, y terminamos.

(Adrián de Loyarte)

El Ayuntamiento conmemora la reedificación de San Sebastián (I)

 PARA preparar a mís amables lectores con la hístoria anterior al hecho de la reedificación, concreté en los dos capítulos anteríores, los momentos históricos del asalto y la destrucción de la Ciudad, 

El año de 1913, el Ayuntamiento de San Sebastián acordó conmemorar tan infausta fecha de 1813, unida a la de la reedificación, que fué inmediata. Al llegar el centenario y recordar aquel San Sebastián hístórico y comercial. Al de los palacios de Oquendo. Las grandes casas en piedras sillares levantadas, de los Engómez, Blancaflor, Cíudad-Real, y otras más, con toda la urbe, de una Casa Consistorial, primorosa de arquitectura, produce asombro el avance ingente de la Ciudad. 

El Ayuntamíento de San Sebastián conmemora esa fecha de 1813, y organiza fiestas que son dignas de la cultura de una capital como la de Guipúzcoa. A la fecha del Centenario unió la del cincuentenarío de 1863. Si la primera fué de resonancía y de exhuberante grandeza, la segunda lleva, a mi juicio, un punto de vista que hoy seguramente cambíaría de aspecto. 

Las murallas no debieron haberse derribado. Nunca se oponían al progreso material da la Cíudad. Todo lo contrarío. De este tema me ocuparé en algún otro captíulo. Porque lo de éste se concreta a la conmemoración de la fecha de 1813. En todo caso, lo que conmemoró el Ayuntamiento de 1913 fué la reconstrucción y el derríbo de las murallas. 

Cinco años antes del Centenario comienzan ya los trabajos de organización. En 1908 se forma una comisión. La constituyen, en prímer lugar, representaciones de corporaciones, sociedades, círculos y prensa. Ya el año de 1905, don Manuel Martinez Añíbarro, abogado de todos los prestigios, presentó un importantisimo proyecto de Exposición Universal, aprovechando los terrenos del barrío de Amara, y haciéndose prevíamente el relleno, que más tarde se llevó a cabo. Don Manuel Martínez Añíbarro trabajó con indecible entusiasmo porque la Exposición se llevara a cabo. Se le veía días y noches, recorrer las calles de la Cíudad. Tomar notas. Hacer y rehacer planos. Calcular presupuestos... En una palabra: un íntenso trabajo como de una mente y un corazón obsesionados por una idea fija. Cuando se le hablaba de su idea, el entusiasmo llegaba a los más grandes límites. Y efectivamente, de llevarse a cabo aquellas ideas, la Cíudad hubiera, no sólo duplicado en lodas sus actividades, sino adquirido un renombre universal. 

La Comisión del Centenario acogió la idea con símpatía y entusiasmo. Considero que la proporción era excesiva, para la potencia económica de aquellas corporaciones. El señor Añíbarro lo comprendió así, y redujo un nuevo proyecto de exposición a térmínos más modestos. Pero a pesar de la grandeza de la idea, no fué posíble llevarse a cabo. Desechada, por lo tanto, la idea del señor Añíbarro. Con efusivas felicitaciones por todos los miembros que componían la Comisión del Centenario, continuó en la preparación de programa más modesto. Pero que en todo momento respondiera al elevado ideal que se había trazado. Que sirviera de ímperecedero recuerdo para todas las generaciones. 

Las fiestas comenzaron el mes de julio, para terminar el 10 de octubre. Las sociedades contribuyeron con todos los poderosos elementos de que disponían. Se inició por grandes carreras ciclístas, con los mejores corredores. Carreras pedestres de la vuelta a San Sebastián. Grandes regatas internacionales y nacionales, organizadas por el Real Club Náutico. La gran corrida de la Beneficencía. Las fiestas náuticas en el Urumea, con cucañas, regatas y concurso de natación. Y la inauguración de la Exposición Marítima Oceanográfica, fué el programa de la segunda quincena de julio. 

Sigue el mes de agosto. La Sociedad Nueva Plaza de Toros organiza grandes corridas de toros. Y con los días de corrida, simultanean fiestas nocturnas, sesíones de fuegos artificiales, en el parque de Alderdi-Eder. Todo esto, organizado por el Gran Casino de la ciudad de San Sebastián. 

Sigue la solemne inauguración de la Exposíción histórica conmemorativa, que se ínstaló en los locales de la antigua Fábríca de Tabacos. 

Fué, dentro del sugestivo programa general, el número que dió personalidad característica. Sirvió de ilustración gráfica a todas las gentes. Dió a conocer retratos hístóricos, personajes, edificios y panoramas de la Ciudad. Y fué un conjunto armónico de tal emoción, que a todo donostiarra hizo palpitar en su alma, el sentimiento de amor a todo nuestro pasado, uniéndolo al entusíasmo de todo lo presente. 

Porque aquello fué como el patrímonio histórico; cuya transcendencía interior recordaba la generación que entonces vivía. Era la garantía del origen que enorgullece. Y como crédito de pueblo glorioso en su patríarcalismo y en todas sus creencias. Todo su honor. Y en este aspecto, la Exposición históríca conmemorativa, constituyó el mejor número del programa. El que pudo vestirse con todos los atributos de su historia y los grandes resplandores de su belleza. Era como la flor que brotaba de la personalidad moral de generaciones de todo un siglo y de todos los anteríores. 

Pues bien; a la Exposición histórica siguen las representaciones de ópera vasca. Número de novedad y de arte personalísimo de nuestra tierra. Número de sentimiento y armonía. Que el divino arte resplandece. Y en los grandes artistas de la raza descubre una personalidad hasta entonces ignorada. 

La solemne Salve el día 14 de agosto, y la no menos solemne Misa mayor, se celebra el día 16. Describiremos más adelante. El día 31 se levanta con diana y gran tamborrada tradicional. Y la solemne Mísa de Requiem, en la que ofició de pontifical el Obispo de la Diócesis. 

Llegamos al mes de septiembre, cuyo primer número es la ínauguración del monumento conmemorativo. Siguen después: Solemne reparto de premios. Misa de campaña en el Paseo del Arbol de Guernica. Concurso Internacional de Tennís. Conferencías sobre historía local de San Sebastián. Fiesta escolar. Solemne Salve el día siete. Y el día ocho, Tamborrada tradicional por las socíedades de recreos. Y fiesta nocturna en el parque de Alderdi-Eder. 

Gran retreta histórica. Se lucen los uniformes de los regimientos que guarnecían la Cíudad durante los primeros diez años del siglo XIX. Del día 6 al día 18. Grandes fiestas y Gran Semana de Arte en el Gran Casino. Y regatas nacionales a vela del 7 al 28, con corridas de toros. 

Del 12 al 20 del mismo mes de septiembre, Gran Concurso Hípico Internacional. Se inauguran las ferías en el Paseo del Arbol de Guernica el día 14. Y la Sociedad del Real Aero Club, organiza también, con el mayor entusiasmo, un Gran Concurso Internacional de Aéreo-hidroplanos. 

En el campo de Míracruz, se celebra otro Gran Concurso Nacional e Internacional de Tiro. Y el mes de septiembre finaliza sus fiestas, con otro gran festival de gimnasia sueca; una nueva inauguración escolar en Añorga, y la oficial de los dos paseos, República Argentina y Francia. 

La últíma parte de tan varíado repertorio de fiestas, termínase con las del mes de octubre, en el próximo capítulo. Y describíré literaría e hístórícamente la característica organización de las más importantes. La forma en que se celebraron y cuanto San Sebastián realzó el Centenarío de la destrucción y reedificación de la Ciudad.

(Adrián de Loyarte)

El Ayuntamiento conmemora el Centenario de la Ciudad (II)

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Centenario de la reedificación de la Ciudad (II)

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Acuerdos adoptados en la ciudad de San Sebastián por la Sociedad de las Naciones

 

El Ayuntamiento y la Sociedad de las Naciones

 

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