sábado, 13 de marzo de 2021

El monte Urgull.- Castillo de la Mota.- Castillo de Santa Cruz de la Mota.

 A LA HORA de amanecer, aparece el Castillo de la Mota todo pardo, como una tierra quebrada. A medída quе los últimos restos de la luna van desapareciendo, vencidos por la luz del sol, el Castillo, sobre la cíudad, es un centínela que aguarda el relevo y una escena de la más alta sugestión. Y tiene para nosotros la dulzura del habla de su historia. 

Algunos historíadores le han llamado el monte Orgullo. У modernamente se le ha conocido por el monte Urgull. Pero con mayor profusión, por el Castillo. Y ampliándolo, por el de Castillo de la Mota. Porque sobre la Mota -montículo, lugar de piedra y de tierra- se levantaba y rodeaba el castillo. Y en su cúspide, como visión religiosa, como alma de una fe que luchó con sentido de vida, una Cruz con el símbolo del Redentor. Fué por este espíritu de creencia, por lo que durante algunos siglos se le llamó Castillo de Santa Cruz de la Mota- consta documentalmente.

Si alguna vez se puede pensar en la elevada finalidad de los castillos, es cuando queremos recordar la vida que animó su proceso defensivo y guerrero. El Castillo de la Mota no ha teñído sus escarpadas rocas con sangre derramada estérilmente por motivos fútiles, por contiendas de poderosos, ni por un orgullo de algunos inverecundios y sombríos personajes. 

El verdadero espíritu guerrero -sensación que late en el alma de los pueblos de un ideal- ese fué el que predominó en el Castillo de la Mota. El Castillo de la Mota no está construído sobre un sítio alto. El es de suyo alto. Es la continuación de la Ciudad, de la Villa, de la antigua Hizurun. Defendía a la Ciudad de sus enemigos exteriores. Se batía con los corsarios. Se armaba contra el invasor extranjero. Pero jamás luchó de castillo a castillo. Todavía defiende a la Ciudad de las embestidas del mar Cantábrico. 

Si en la Edad Medía se hablaba del honor entre los señores, aquí, en el Castillo de la Mota, el honor se vinculaba en la grandeza militar. Y por este honor la lucha sólo se enconaba por la suerte de la Villa y la defensa de la Patria, no por intereses de apellidos. 

Pero la idea de los castillos, como instituciones de defensa, ha sido siempre elevada. Y en el arte militar, necesaría; hasta que el advenimiento de la pólvora y la autoridad preponderante del poder real, disminuyeron considerablemente su mísión guerrera. Cuando en los castillos el servicío no se entendía como trabajo, sino como una ética socíal, el ideal de un sentimiento, y sobre todos, el de la Patria, se mantuvo siempre por encima de toda remuneración. 

El llamado monte Urgull es una pequeña península. Todo el monte es de roca y pizarra. Desde la batería de Bardocas -casi a ras del mar Cantábrico- hasta la fortaleza de Macho -en la cúspide del monte- todo él está rodeado de obras de defensa militar. Limita con la parte antigua de la Ciudad, donde parece nacer. 

Está sítuado al NO. de la Cíudad. Con una extensión superficial de 129.725 m³; con lo que se ha llamado Castillo de la Mota, en su parte central. Por el E., N. y O. limita con el mar Cantábrico. Por el S. con la calle Subida al Castillo y huertas del antiguo convento de Santa Teresa. El extinguido colegio de la Compañía de Jesús y el convento de San Telmo, siglo XVI. 

En los lados S. y SO. tenía cinco edíficios de planta baja. Tres cuerpos de guardía, una casa de máquinas y un almacén de pólvora. Y de su importancía, que la descríbímos para conocimiento de cuanto suponía la defensa de la Ciudad, dan idea los seis grandes edificios; los dos almacenes de pólvora; el cuerpo de guardia; la torre del vigía; repuesto de la batería de Mirador y una línea de tiro, con caseta de abrigo, que todo esto existía en sus faldas escarpadas del E., N. y NO. 

Y era la cumbre, verdadera fortaleza inexpugnable. El cuartel a prueba. Polvorín de la batería de la Reina. Edificios militares Macho. Almacén de la batería del Príncipe y defensa de construcción de piedra sillería, que la tengo descrita en mi obra «La Catástrofe de San Sebastián en 1688» у «El hecho milagroso del Cristo de la Mota». 

Las importantes baterías del Mírador, Bardocas, Santa Clara, de las Damas, Reina y Príncipe, completaban la defensa del Castillo. Una potente campana daba las señales de alarma, ante la presencia del corsario. Y la torre llamada del «homenaje», era, en robustez, seguridad, capacidad y sítuación, la más importante de cuantas existían en el Castillo. El monte, en una palabra, estaba defendido por murallas, fosos, baluartes y fortificaciones.

Si hemos de mencíonar a los ingenieros militares que intervinieron, señalaremos como uno de los más destacados a Hércules Torrelli. 

La falta de sentido históríco de determinadas doctrinas filosóficas, que al querer huir del dolor, lo intensifican por la extensión de la alegría, supone en los castillos militares ideas de soledad estéril. Pero en ninguna otra institución se han educado con mayor eficacia que en los castillos; defensa de la nacionalidad y de la Patría. 

Además de Hércules Torrelli, trabajó en las fortificaciones del Castillo, el Maestro de campo, don Alonso de Zepeda. Pero frente a la mayor o menor seguridad de los trabajos, se colocó otro ingeniero militar, llamado don Francisco Cuevas. Y fué entonces cuando Alonso de Zepeda publicó un cartel de desafío en las esquínas de todas las calles de la cíudad de San Sebastián: «Zepeda reta a todos sus contradictores, y, mantiene demostrativamente, que las fortificacíones que ha hecho y se están hacíendo en la Ciudad, son las mejores que se pudíeron hacer». Nadie contestó a Zepeda. Nos hallamos en el último tercio del siglo XVII. 

El monte Urgull en su Castillo de la Mota, era la residencia del Gobernador de las Armas. Las llaves de las puertas de la Ciudad se encontraban bajo su custodia. En momentos históricos se usufructuaba esta custodia con el Regímiento. Y durante la época napoleónica, las tropas del Emperador, al mando del General Rey, no sólo guardaban, sino que defendieron la Ciudad frente a los ejércítos dirigidos por el general inglés Wellington. Triunfante Wellington, el general francés abandonó el Castillo de la Mota, al frente de sus tropas, con todos los honores y la espada desenvaínada. 

El acceso al Castillo se hallaba terminantemente prohibido. Sólo el Alcalde de la Cíudad, con la Vara Real de justicia en sus manos, podía subir y pasear de uno al otro extremo del Castillo. Y cuando la historía de San Sebastián, en sus orígenes, había vínculado toda su defensa en las peñas de la montaña de Urgull, dice Fray Prudencio de Sandoval en la págína 87 de su rarísima obra sobre los Obispos de Pamplona, que fué Sancho el Encerrado -híjo de Sancho el Fuerte- quien fortificó el monte Urgull de San Sebastián. Año 1194. 

En su cúspide se levantó, cerca de las fortificaciones, una primorosa capilla, erigida para el culto de los ejercicios del Castillo. Cuando ya no se practicaba, el milagrado Cristo de la Mota que allí existió, fué trasladado con los demás objetos sagrados al Hospital Militar de la plazuela de Lasala y calle del Campanario. En la actualidad se venera en el Hospital Militar del General Mola. 

El Castillo de la Mota ha sido secularmente, la más importante defensa de la Cíudad. Allí se celebraba durante años la devoción del Vía-Crucis. Y no hay visión de la naturaleza más semi-divina que la que se presencía desde la planicie cercana a las antiguas fortificaciones. Su amplitud es de tal fuerza de emoción, que el hombre permanece en silencio profundamente sublime, ante aquellos horizontes y aquel cielo todo de misterio. 

Montañas, cielo y mar, nos envían la sensación de la grandeza incomparable del Creador. La ciudad de San Sebastián, dentro de sí misma, tiene un campo de agradable retíro y poesía. La misma quietud supera al silencío de la noche. Y cuando nacen las mañanas, se descubre el horizonte sin una bruma. Las montañas tienen el color de los verdores más puros y los matices más armoniosos. Paseando por la misma cumbre del Castillo, al amor de un aire tamizado a través de los millares de hojas de los árboles, el alma observadora se prepara como una canción. Porque el habla no consigue todo su objetivo y sólo con el canto se acerca a glorificar la naturaleza.

Desde la lejanía misteríosa de todas las cordilleras, hasta la línea perfilada de todos los horizontes; es el abrir inmenso de una riqueza de emociones que se suceden sin interrumpirse. El mar tiene cadencias inefables. La luz, contrastes infinitamente superiores. La concavidad celeste, una profunda idea de la mano divina que a nosotros se acerca. 

El aire del mar y de las montañas, que místicamente nos envuelve, sin molestar; la epifanía de lo más puro que jamás nos acaricía. Los colores ante nuestra retina, parecen químeras, y, la respiración salina a través de los árboles, como un ansía de vivir y de sentir. La cúspide del Castillo de la Mota, es quietud del alma, pero también deslumbramiento de luz. Pero de una luz sin sombras. De una claridad sin nieblas. Porque cuando la mañana está llena y la opulencía se extiende por toda la montaña, llena de resplandores, toda la vegetación se abre como en flor. 

Es el gesto sublime y único de la naturaleza. La regularidad. El orden y la armonía del Universo. Con esta armonía, el discurrir de una mente superior que lo traza todo. 

Pero este lujo y esplendor de que Dios ha dotado a la ciudad donostiarra, no carece de culto y de tradición. 

En el alma del Castillo de Santa Cruz de la Mota. En la visión suya. En el gemido del viento. En la exaltación del mar que se estrella ante su fortaleza. En el susurro de todo su arbolado, En su pureza lírica, hay algo más que las leyes naturales de los objetos de la naturaleza; es el tumultuoso drama de los tiempos innatos en su historia. El sentido de lo más espiritual que llenó la tradición. Que como el árbol que parece estar en un solo sítio y por sus raíces prende y crece en todos los demás, así también, el gran prestigio, vida de los pueblos, se agiganta con su hístoría y rebasa los límites geográficos de esa hermosura que el paisaje ha perfeccíonado a través de los siglos. 

Y todo esto representa el alma del Castillo de la Mota. Un Cristo realizó el gran milagro exaltado por la autoridad militar; y uno de nuestros más notables escultores, con la firma gloríosa de otro genio de la escultura religiosa, Coullant Valera, ha modelado el Sagrado Corazón, salvación de la sociedad que con Él. nunca muere. 

Pues bien. Vamos a ver ahora cómo y de qué manera. Para qué finalidad, el Ayuntamiento de la cíudad de San Sebastián adquirió la propiedad del Monte Urgull, Castillo de la Mota y de Santa Cruz de la Mota. 

Con toda amplitud será comentado en el siguiente capítulo.

(Adrián de Loyarte)

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