sábado, 13 de marzo de 2021

El Ayuntamiento compra el Monte Urgull y el Convento de San Telmo.- Histórica restauración del Cementerio de los Ingleses.

 COMENTABA en el capítulo anterior, de la importancia para la ciudad de San Sebastián, del contenido del artículo cuarto. De la aplicación que se daba al producto total de la enagenación y de su trascendencia. 

Pues bien. Lo que ignora toda la generación actual, es que el producto total de aquella enagenación, se dedicó a la construcción de los cuarteles de Infantería e Ingenieros. Los proyectos estaban aprobados. Y con aquel mismo fin, la parte de la suma que no se hubiese invertido en el ejercicio del mismo año se consideraba transferido a los ejercicios siguientes. 

Siguen las negocíaciones. Se efectúa la venta. La ciudad de San Sebastián continúa con el máxímo interés todo el proceso de aquel momento hístóríco. Efectuada la venta. Ingresado el millón de pesetas -primer plazo señalado- en la caja de la Comandancia de Ingenieros de San Sebastián, se procede por el Ramo de Guerra, a emprender la construcción de las obras, en que haya de invertirse, en un plazo que no exceda de tres meses. Por lo tanto, con arreglo a esta Ley, se concierta la cesión en venta al Ayuntamiento, de acuerdo con las bases, que también se consignan en la mencionada escrítura del 24 de agosto de 1921. Y el precio estipulado de un millón quiníentas mil pesetas. La entrega: en el acto de firmarse la escritura, un millón de pesetas. Y las quinientas mil restantes, al otorgarse la de entrega al Ayuntamiento de los locales y edificios situados al pie del monte Urgull, por la calle 31 de Agosto. 

Veamos ahora la valoración. Recordemos la historia -maestra de la vida-. Situémonos en aquel glorioso siglo XVI en que se levanta el insigne convento de San Telmo. De la Orden de Santo Domingo. De la misma de aquel otro convento que en 17 de abril de 1546, tiene su origen en la iglesia parroquial de San Sebastián el Antiguo. Fuera de los muros y arenal de la Villa. Precisamente donde hoy radica el Real Palacio de Miramar.

Los dos son de la mísma Orden de Santo Domíngo. El primero es en la actualidad suntuoso edificio, cuyas piedras sacramentales benditas, nos hablan de unu pedazo de historia de la cíudad de San Sebastián. De un glorioso pasado de la venerable. Orden. Pero también nos muestran retratos de inverecundos personajes que habrán dado cuenta a Dios de la persecución y y del saqueo después de la desamortización. 

Pasaron las glorías de este mundo para los hombres siniestros. Les queda la Eternidad, respondiendo segundo por segundo, de la obra nefanda y aquel robo hístórico, alma de todas las íniquidades. 

Fué esta calle, a trayés de los años, la de la Trinidad. La del Palacio de Oquendo. La del Colegio de la Compañía de Jesús. La de las grandes cererías. La de los primeros Bancos. Y los pasos de los gremíos los días de la Semana Santa. 

El segundo edificio, denomínado de las Beatas de Santo Domingo, fué reducido a cenizas, la noche siniestra del 3 de mayo de 1836. Era de clausura Papal. Y antes de esta inmensa desgracía, las de los años de 1638-1719-1794-1808-1820-1835-1836-1874 vieron la expulsión de las humildes y santas Dominícas y el sufrimiento de las grandes amarguras; nada menos que ocho destierros. 

Repito de nuevo, la necesidad de recordar la historia, que es maestra de la vida. 

Y sigamos ahora con la valoración de los locales y edificios situados al pie del monte Urgull. 

Iglesia y ex-convento de San Telmo, trescientas mil pesetas. 

Cuarteles de San Telmo, ciento cincuenta mil pesetas. 

Cuartel, con el almacén de paja del depósíto de Intendencia, cincuenta mil pesetas. 

Con esta operación de precios tírados, se había ultimado A perfeccionado la compra total del monte Urgull. El famoso e histórico Castillo del Cristo de la Mota, con todos sus pertenecidos, es de la propíedad de la Cíudad. Lo era ya del tiempo inmemorial. Desde su misma fundación. Pero termínado el asunto de la compra sin la menor dificultad, el Ayuntamiento de la cíudad de San Sebastián, realiza uno de sus mejores negocios de su vida administrativa. 

Tan bueno, por lo menos, como el de la compra de la finca de Articuza, ya que el monte Urgull es la Ciudad mísma. Y los edificios sítuados al pie del monte, de valor incalculable. 

Así fué el reconocimiento que el Ayuntamiento tributó a cuantas personalidades intervinieron. Así la gran satísfacción de poder contar como propiedad de la Cíudad, todo un histórico monte y el suntuoso edificio, que es de tanto honor en la vida hístórica de San Sebastián y en el momento presente. Recordemos en este importante asunto a la llamada «Junta del Progreso de San Sebastián». 

Esta Junta pudo abonar el interés del capital empleado para la compra del monte y amortizarlo. Facilitó la compra. Y con la finca de Articuza se unen al patrimonio municipal, el monte Urgull con el antiguo y señoríal convento de San Telmo. 

El 14 de agosto de 1925 se dicta una real Orden y se declara monumento arquítectónico-artístico, la fortaleza del Macho, en el monte Urgull, con las murallas que lo círcundan. También otros antiguos vestigios denominados: Batería del Gobernador, Batería de Santa Clara, Batería de las Damas, Baluarte del Mirador, Batería del Muelle y Puerte de Bardocas.

Falta completar en la actualidad la compra del monte Ulía, maravilla de paísaje de mares y cielo; joya incomparable de la Ciudad. A estos tres poéticos lugares, la cíudad de San Sebastián ha profesado un extraordinario caríño. 

Ensanchada la carretera de Ategorrieta. Reformada una parte de élla, la aplicación del monte Ulía es la perfección administrativa e hístórica del Ayuntamiento de la Ciudad. En numerosos artículos y a lo largo de toda una vida, he enaltecido preeminentemente para la Ciudad, la adquisición del monte Ulía. Hemos descríto sus bellezas. Cantado toda su grandeza. Y colocado entre los más bellos atractivos del mundo. 

Pues bien. Sí recordamos ahora uno de los hechos históricos del monte Urgull, después de su compra, nos hemos de detener ante las tumbas de los súbditos ingleses, cuyos restos deben permanecer allí desde que sucumbieron luchando frente a los soldados de la invasión napoleónica. Y después, en la prímera guerra civil. El lugar donde se encuentran estas tumbas, se le ha conocido, y desde niños lo hemos oído así, por el llamado Cementerio de los ingleses. Cuantos historíadores han hablado del monte Urgull, se han ocupado del históríco cementerio.

Con fondos costeados por la Junta del Progreso de San Sebastián, el Ayuntamiento procedió al arreglo decoroso de todos los panteones. Porque si allí fueron enterrados el Jefe de la Legión inglesa, Lacy Evaus, en 1837. Y el teníente coronel Fleitcher, que sucumbió en el último asalto de las tropas inglesas, el 31 de agosto de 1813, entre otros; no se puede olvidar al mariscal de campo, don Manuel Gurrea, que como díce el epítafio, fué muerto en los campos de Andoain, en 29 de mayo de 1837. Y su esposa y sus hijos, y su amigo admirador, el teniente coronel de Lacy Evaus, los que le dedicaron aquel recuerdo en píedra y mármol que perpetuará su memoria. 

La ciudad de San Sebastián, cuídadosa de sus hístóricos legados, procedió al arreglo y conservación del cementerío. Nos encontramos en la fecha del 26 de septiembre de 1924. La restauración del pequeño cementerio. El arreglo de sus inmedíaciones. El decoro con que el Ayuntamiento de la Ciudad ordenó rodeasen aquellos recuerdos, fué la gran coyuntura para que, terminadas todas las obras, se celebrase un acto conmemorativo de toda solemnidad.

Los que lo organizaron, recordaban la libertad de la Ciudad del yugo napoleónico. La sangre vertida por las tropas inglesas. La lucha contra los soldados de la revolución. Pero no se puede olvidar la destrucción de la Ciudad por aquellas mísmas tropas que la rescataron de los ejércitos del General Rey. Y aunque este hecho hístórico parece una terrible contradicción, no es así, si se considera la enorme ínjusticia con que se recordó económicamente a la ciudad de San Sebastián. Porque aquella destrucción, aquellos crímenes y aquella catástrofe sin precedentes, contra una ciudad tranquila en su trabajo y en su vida, fué como la revancha de una nación contra otra, que fomentaba un gran comercio; comercio y relaciones industríales, interpretados como de competencia contra el comercio de la nación libertadora en 1813.

La libertad del comercio, fué en todo momento histórico, lícita y plenamente admitida. No había motivo para que la venganza llegase a la destrucción de la Ciudad, con los más espantosos crímenes que registra la historia. 

Pues bien; la ceremonia de la inauguración de aquel cementerio restaurado. De aquella ladera del monte, embellecida, aunque parezca una inconcebible paradoja, constituye un momento emocionante. Se rindió un tributo a los muertos en defensa de un ideal. Y en realidad, se dió una satísfacción a los que dejaron la Cíudad, libre -ciertamente- pero con una libertad de muerte y exterminio. 

Insignes personalidades asístieron al acto de la ceremonia de la restauración del Cementerio de los ingleses. El Ayuntamiento de la Ciudad, en corporación. La Familia Real. El Embajador de Inglaterra. El Gobierno inglés toma parte en el acto, enviando en su representación el crucero «Halcolm». Y el español, a su vez, estuvo representado por el barco «Reina Victoría Eugenia». 

En honor de la Reina -de nacionalidad inglesa- el barco llevaba su mísmo nombre. 

La Reina Victoria Eugenía se dignó descubrír en el cementerio la gran lápida de piedra, coronada por un águíla de bronce. En aquel momento, los barcos inglés y español, izaban sus respectivas banderas. Los cañones resonaron con voces de estruendo, hablando en marina de guerra. El saludo militar engrandece el momento. Y el acto, todo él, parecía saludado desde el cielo. 

Cada una de las alas de piedra, tenía escritas la leyenda en inglés y en español. Lucen los escudos en alto relieve. Y la inscrípción labrada dice lo siguiente: «A la memoría de los valíentes soldados británicos que dieron la vida por la grandeza de su País y por la independencia y la libertad de España». 

Y todavía, en aquel otro momento, símbolo de uno de nuestros más grandes episodios hístóricos, que tan injusta y antipatrióticamente se había destruído en el campo de Alderdi-Eder, se trasladaron los restos que habían quedado, ornamentando con ellos la pequeña y verdeante ladera del cementerio. Y se aumentó el decorado con las siguíentes palabras: «Inglaterra nos confía sus gloríosos restos. Nuestra gratitud velará su eterno descanso». A todo este homenaje, el Gobierno inglés nos envió el regalo de varíos cañones. Y con ellos, otros, del Museo de Artillería. Era en aquel momento histórico, gobernador militar de la Cíudad, el poeta y militar don Juan Arzadun. Y alcalde de la Ciudad don Juan José Prado.

Cierto que todas las fiestas que se habían celebrado con aquel histórico motivo, dieron honor a la cultura y tolerancia de los sentimientos del pueblo donostiarra. Con aquel sentido de caballerosidad, que seguramente no participarían los millares de víctimas producidas la noche trágica del año de 1813. Pero el tiempo, que lo borra todo; y el sentimiento cristiano de los pueblos, que lleva la tragedía en la plegaría de su corazón, sabe perdonar toda la monstruosidad de las guerras. 

La noble cíudad donostfarra lo hizo así, el día 28 de septíembre de 1924; cuando supo asistir a aquella solemnidad, que parecía lo olvidaba todo. Enaltecía la memoría de los muertos por un ideal. La más alta representación. El Ayuntamiento con la Familia Real, presidía el acto. Y la cíudad de San Sebastián recibió con todos los honores, a preclaras personalídades, que llegaron para asistir a tal solemnídad. Y es lo cierto, que hoy, al pie de una de las más bellas laderas del monte Urgull, existe un pedazo de nuestra hístoria. Grabada en sangre por los héroes que en aquellas tumbas han descansado. Nadíe podrá mirar a aquellos símbolos de la defensa patria, sín que un pensamiento se eleve a la mente. Las acciones que el hombre debe realizar, con ética y con derecho, y los actos que para siempre debe aborrecer. 

La sensibilidad de las generaciones modernas no podrán olvidar los principios inherentes de los más nobles sentimíentos de la vida humana. Con los que debe regir sus concíencías individuales y sus conciencías colectivas. Las sociedades modernas y con ellas sus hombres públicos, debieran avergonzarse de que todavía en la civilización del siglo XX, se nos hable de guerras. De que aun exísta la críminalidad suficiente para pensar en la tiranía del Estado. En esas nacíones que encarnan un concepto del hombre contrario a la realidad hístóríca; niegan con fines secretos toda la espiritualidad del ser humano, y como dice un moderno escritor, Francísco Mauríac, de la Academía francesa, quedan totalmente separados de los tiempos futuros. 

Alguna vez se convencerán los hombres de Estado, de que no se pueden mantener extensiones de riqueza coloniales, a costa de sangre derramada. Y que tampoco se pueden ahogar los deseos de los pueblos pequeños, obligándoles a la unión, para aumentar el poder y así preparar todos los elementos de perturbaciones hístóricas. 

Fe en Dios. Caridad y amor al prójimo, mejor que ateismo con ambiciones de guerra y destrucción de la humanidad.

(Adrián de Loyarte)

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