PLAZAS Mayores de España y calle Mayor; sois las rosasde las calles. Y como la Reina de las flores, las de mayor fragancia de Cíudades. Cíudad sin calle Mayor, es pueblo sin color y cuadro sin luz. Pueblo sin plaza Mayor, es flor sin aroma. Calles típícas, y solemnes. Las de los pasos de procesiones y solemnidades de fiestas.
Así fué nuestra Calle Mayor. La de ayer. Así es la de hoy. Pero la nuestra la preside un mirón. Que no pierde hora ní mínuto, sin contar a los donostiarras, todos los sucesos del día. Todas las horas de la noche. Todas las penas y todas las alegrías. Es el mirón de mirada penetrante, que llega hasta lo más hondo de la vida de la calle Mayor. Mira y se calla. Pero el mirón lo dice todo y lo cuenta todo. Y es inútil que nadie que entre y pasee por su <asfalto», pretenda sustraerse de su ínnata observación.
Tiene alma de leyenda con hístoría de añoranza. Y cuando alguien quiere recordar toda la vida que pasó, son sus latidos, flores de poesía y capullos de jardín. De la vida antigua, lo sabe
todo. De la moderna, mucho más. Ni ignora cómo sucedió aquello, ni nadie le da lecciones de lo que es esto. Señaló pasos de
Reyes, Príncipes y grandes de todo el mundo, a la hora justa que
debieran entrar y pudiesen salír. Es el mírón histórico. Porque si
este mirón, así como mira pudiese hablar, nos contaría la historía
mejor contada de las mayores solemnidades que pudo admírar
toda nuestra calle Mayor.
Porque vió y contó el primer minuto en que las puertas de la
Iglesia de Santa María se abrieron al culto, desde el primer día
de su bendita inauguración. Sabe las personalidades que, por
prímera vez, subieron los peldaños de su atrio secular. Y el Clero
que, por prímera vez, pasó también al presbiterio, ricamente
alfombrado, del nuevo Altar Mayor.
Fué el que vió cómo se hízo la nueva calle Mayor; y no se
cubre con sombrero ni lleva traje talar. Es un mirón que de
noche y de día, habla con todos sus amigos del antiguo San
Sebastián. Y si le falta algo que contar, es que ha pasado una
ligera enfermedad. Pero repuesto en pocas horas, vuelve otra
vez a contar. Y no hay suceso que se le escape, ni epísodio que
deje de narrar.
El sabe lo que sucedió en la calle Mayor, cuando llegaron a
San Sebastián los soldados del General Wellinglon. Y desde sus
altos campanaríos disparaban sin cesar. El, saludó a Alfonso XII,
cuando llegó a San Sebastián. Y a Amadeo. Y a Narváez, cuando pasaron por la calle. Y estuvo bien presente al precíso minuto en
que la Reina Isabel II entró y salió del Parador Real. Y cuando
Castelar, con su eucologio bajo el brazo recordando un mísal,
entraba puntual y devoto por la gran puerta de nuestra Iglesia Mayor.
Ordena la entrada solemne de todas nuestras Corporaciones.
Cuando suenan sus clarines y retumban los clásicos timbales. Es
un mírón tan celoso de la puntualidad, que ordena la salida del
Real Palacio de Miramar, de la Reina María Cristina, que es el
recuerdo más vivo de todo San Sebastián. Del Rey Alfonso XIII, y de toda la Corte en nuestra Ciudad.
Cuando Su Majestad, bajo palio, entra en la Iglesía de la
Patrona de la Ciudad, la preside con
su mírada de matemática
puntualidad. ¡Qué número de bodas no ha presenciado! ¡Qué
cantidad
de
bautizos,
no
ha
ordenado!,
y
de
responsos
que
ha
escuchado. Y, lo que es más notable, todo el mundo le obedece.
Ni nadie protesta. Ni menos desobedece. Y es el caso que, como
gran mirón, observa y curiosea toda la vida de la calle Mayor.
Mira a la calle. Se introduce en los portales y sube por todos
los pisos. Como los espíritus, penetra por las puertas y paredes, y llega hasta la alcoba matrimonial. Nadie le cierra el paso. Ni de
noche ni de día. Ní a nadie estorba. Ni se enfada con nadie. Es
un simpático mirón, atendido y festejado por amigos y enemigos. A pesar de ser su mirada del más impertinente camastrón. Muy
cerca de él, está la Iglesia de Santa María,
y tampoco está lejos de los dos Conventos. Del de Santa Teresa y San Telmo. Escucha
el sonido de sus campanas de bienaventuranzas; pero con ser
mayores, de estatura parroquial, ni las cede el puesto, ni les deja
de mirar. Porque es él, quien mira y ordena, cuando las campanas han de voltear.
Y si alguna vez el campanero se olvida de que su gesto es el
que le ha de ordenar, hace suspender el volteo, para esperar el
mandato de su voz. Y no cambia. La voz es siempre la misma.
Ni energía de mando. Ni tono de autorídad. Es una simple
llamada de atención. Golpecitos a los oídos. Golpecitos. Eso es
todo. Su voz es, de noche, poesía. Y de día, meditación. Nadie
como este mirón de la calle Mayor podrá contar las antiguas
salidas de las Mísas de doce en Santa María. Las elegantes señoras donostiarras. Y la señoril animación del atrio bendecido. Las
marchas militares de aquellos regimíentos que, en lucidísíma
formación, entraban en la Iglesía. Y era esto, cuando la Misa
militar dominguera, despertaba toda la atención del pueblo
de San Sebastián.
Y es de oír lo que nos cuenta el mirón de la calle Mayor.
Cuando aquel Teatro Principal era la expansión de la sociedad
donostiarra, y a media noche ordenaba aquel desfile de las familias hacia sus hogares, entre cientos de luces de farolillos y sirvientas, que así esperaban a sus señores.
Cuando su armóníca voz, hacía que resonase la de los famosos serenos, que cantaban las horas durante la noche. «¡Ave María Purísima!... ¡Las doce... ¡Y sereno!...». Y en las esquínas de
sus calles, las parejas amorosas se hacían sordas, ante sus insinuantes llamadas. Cuando se abrían y cerraban sus puertas, y el
vecíndarío escuchaba su voz, en medio del más profundo de los
silencios.
¡Oh!, mirón. Indiscreto de la calle Mayor. De todas sus fiestas
y de toda su vida popular. De sus luchas políticas. Que ni aun
hoy, a nadie respetas; ni nadie puede pasar sin que tu mirada,
caiga sin piedad sobre la vida donostiarra.
Pero ¿quién eres tú, mírón de la calle Mayor, de tanto poder,
que nadie se atreve a denuncíarte? ¿Ní nadie, de tus impertinencías se queja? Y en cambio cuando, a mediados del siglo pasado,
dabas unos golpecitos en las frentes donostiarras, las famílias se
descubrían, y aquellas familias rezaban. Y no era una vez, síno
dos y tres veces al día. Se descubrían y decían el Angelus. Y las
Procesiones del día del Corpus. Las Procesíones de Semana
Santa. Los Gremios y Cofradías. Los estandartes y banderas,
todos pasaban y los mirabas tú, indiscreto mirón. Con tu ojazo
círcunferencial, contínuabas siendo mirón.
Mirón. Mirón de la calle Mayor. Que has llamado a todas las
gentes. Que has oído todas las músicas. Que has escuchado a
todos los orfeones. Y has llamado a todas las orquestas. Y despóticamente los has llamado, cuando a ti más te convenía, y tú
les hablabas de añoranzas. En todo tiempo y a todas horas. De
noche y de día. Con el calor del estío y las heladas del invierno. Bajo los rayos del Sol y el misterio de las dístintas claridades
de la Luna.
Con galernas y temporales, para tí, da lo mísmo. Ni tienes
frío, ni te importa el calor, ni... la vergűenza. Sigues con tu inaudito descaro y observando hasta el paso de las nubes que vagan
por el Cielo. Porque ni ellas, desde lo alto, pueden prescindir de
ti, cuando las míras con el ojo mirón de tu vída secular. Y cuando tantas cosas viste. Cuando tanto puedes contar de toda la
bella y dulce melodía de la vida donostíarra. Cuando tanto sabes.
Cuando tanto nos puedes decír, a todos y por todos, confiésanos, por lo menos, quien eres tú. Pues aunque te hayas resistido,
te hemos descubierto. Pues aunque no lo quieras, estamos en el
secreto. Nos lo han descubierto tus mismos vecínos. Tus amigos
más cercancs. Los que también a ti, de reojo te miran, entre la
vida ornamental de unas piedras sagradas.
Eres mírón; iy te llaman reloj! Reloj de la Iglesia de Santa
María. Santa María la Mayor. Que preside también la misma calle
Mayor. Y como reloj, tienes armonía y alma de canción. Y como
ya de tí, no se habla más, te despido, diciéndote:
¡Mirón! Reloj de Santa María. Pedazo de nuestra hístoria.
Duendecillo y mirón. Eres reloj, de Santa María, el mirón, simpático mirón, de una de las calles más típicas, de la tacita de plata»
del renacimiento de San Sebastián.
(Adrián de Loyarte)
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