sábado, 3 de enero de 2009

PUENTE DE MARIA CRISTINA (FOTO)

LOS PUENTES DE LA CIUDAD DE SAN SEBASTIÁN: SANTA CATALINA Y MARÍA CRISTINA

SON los puentes, fábricas de piedra, hierro, ladrillo o madera. Sirven para que, por debajo, pasen los ríos. Para que se faciliten y allanen las comunicaciones, de pueblo a pueblo; de lugar a lugar, o de nación a nación. 

A través del mundo, los puentes son también motivo de ornamentación artística y lujosa. Y ellos han contribuído al progreso moral y material de los pueblos. A sus fáciles comunicaciones. Al conocimiento de individuos, familias y grupos de naciones, los puentes y vías romanos son eterno recuerdo, a través de los siglos, de una de las más gloriosas historías de sus municipios. 

San Sebastián debe la primera etapa de su vitalidad, al primer puente de madera, que desafiando el empuje de los furiosos embates del mar de la Zurriola, aseguró las comunicaciones, provinciales e internacionales. Era aquel puente, completamente rudimentario. Los antiguos Ayuntamientos, se veían obligados a reformarlo y arreglarlo, porque los elementos del mar y de las olas, lo iban destruyendo. Pero se llegó a sustituir la madera, por la piedra y el mármol, y así surgió el primer puente de Santa Catalina, que es todavía, el mejor y más bello puente que San Sebastián puede ostentar. 

Pero nuestra Ciudad avanzaba hacia el lado de Amara. А medida que se hacía el relleno del río, se iba ganando en tierra, y hubo necesidad de otro puente. Fué el puente de madera. Se le llamaba y se le conocía, por el puente «provisional». Porque provisionales fueron también sus servicios. Y unía la distancia que medíaba entre la estación del Ferrocarril del Norte y el otro lado del río, que comenzaba en el paseo de los Fueros. 

De haberse realizado el primer proyecto de San Sebastián, el paseo de los Fueros hubiese sido el principio de una segunda Avenida, más ancha todavía que la actual, que llegase hasta la Concha, para empalmar con la carretera del Antiguo. No se hubiese construído ni la plaza de Bilbao, ni la calle de San Martín, sino simultáneamente la gran Avenida. Pero no fué así. Se trazó otro plan, y hoy tenemos una calle, en lugar de una Avenida. El puente provisional» sirvió, durante muchos años, para facilitar las comunicaciones entre el Ferrocarril del Norte, y toda la barríada del ensanche de Amara. Pero pasaban muchos años. Aquel puente de madera, era indecoroso para San Sebastián.

Y no se construía otro. Barrios tan importantes como los de San Martín y Amara, exigían un digno complemento ornamental a todas sus construcciones. 

Por fin se llegó a un concierto entre el Ayuntamiento y la Caja de Ahorros Municipal. El año de 1905, se soluciona el problema, años antes planteado. Por gestiones llevadas con gran acierto por ambas entidades, la Junta de Gobierno de la Caja de Ahorros Municipal, ofrece la suma de setecientas mil pesetas, sin interés y reembolsable en cien años. Cierto que la modalidad del préstamo, llamó la atención entre las gentes de finanzas; pero la Caja de Ahorros Municipal dispuso de aquella suma, debido a un rigor administrativo, ejercido durante cerca de un cuarto de siglo. 

El capital no podía entregarse a otra entidad de mayor garantía; y la necesidad de un puente, en el progreso de San Sebastián, era imperiosa. Prueba del acierto fué que, cuando se supo la noticia, el pueblo todo exteriorizó su júbilo. Y los barrios de San Martín y Amara, vieron colmados aquellos anhelos suyos, en la vida urbanística de la Ciudad. 

Es el 15 de septiembre de 1903. La sesión del Ayuntamiento de esta fecha fué históricamente memorable. La oferta de la Caja de Ahorros, se acogió con gran simpatía, y el pueblo de San Sebastián tríbutó un aplauso caluroso a las dos entidades administrativas. En pocos días, el Municipic donostiarra redacta las bases del concurso, para la construcción del nuevo puente. Había de llevar el carácter de monumental. Uníría las comunicaciones directas entre la estación del Ferrocarril del Norte, por la que desembocarían todos los víajeros nacionales e internacionales, y el ensanche de Amara, San Martín, y toda la Concha con el barrio del Antiguo. 

El puente había de tener veinte metros de anchura. Dos metros, treinta centímetros, de altura del paso del Urumea de la margen izquierda, sobre la pleamar equinoccial. La distancia entre los muelles, de ochenta y ocho metros. Y el presupuesto, como límite superior, el importe de quinientas mil pesetas. 

Difundida la noticia por la capital de la nación y las más importantes ciudades de la península, fueron los mejores ingenieros y arquitectos los que presentaron sus proyectos. Ascendieron éstos a catorce. Se nombró un Jurado. En poco tiempo, emitió su dictamen. Y el Ayuntamiento, en su sesión del 10 de diciembre de 1903, en vista de aquel fallo, acordó adjudicar el primer premio, de cinco mil pesetas, al ingeniero de caminos don Eugenio Ribera, que presentó su proyecto, juntamente con la colaboración del arquitecto don Julio María Zapata. 

El segundo premio ascendía a tres mil pesetas, y fué otorgado a trabajos de los ingenieros de caminos, don Vicente Machimbarrena y don Miguel Otamendi, con los arquitectos don Antonio Palacios y don Joaquín Otamendi. Estos presentaron el proyecto «Laurak Bat», precioso bajo todos los aspectos.

Con este resultado, el ingeníero señor Ribera, quedó obligado por decisión intrínseca del Jurado, a introducir algunas modificaciones en el proyecto por él presentado. Y cuando llegó la sesión del Ayuntamiento, del 15 de mayo de 1904, se aprueba el informe de proyecto, modificado. Y resulta un presupuesto de setecientas dos mil, doscientas diez y siete pesetas. Como el puente iba ornamentado con cuatro obeliscos, completamente terminados, sólo éstos, ascienden a la cifra de noventa y seis mil, setecientas setenta pesetas.

 Pues bien; San Sebastián ya había decidido el definitivo puente, sobre el río Urumea. Se abriría una arteria, que había de recibir todo el torrente circulatorio de la sangre nueva de la vida progresiva de la Ciudad. Al puente de Santa Catalina, de piedra eterna y bello construir del siglo anterior, había de seguir el nuevo puente, fruto de la industría e ingeniería modernas. Los dos puentes cristalizan dos nuevas culturas y dos distintos aspectos. La de la naturaleza en píedra que brota de la cantera, por impulso natural del trabajo directo del hombre. Y la de la gran industria; de la invención del progreso humano, que rompe hasta el corazón de las montañas y, por obra de la evolución de un sistema, convierte la piedra, en una cal hídráulica, sería competidora de la misma naturaleza y del mismo poder de su entraña. El puente de piedra, que desafía los siglos, y al hacer histórica su obra, es invencible como la roca. Y el puente de cemento armado, perecedero como el mismo hombre, porque los dos mueren. Y todavía está por empezar a escribírse su hístoria.

Son, además, los dos puenles, dos épocas de la vida de San Sebastián. La época que nace, y al nacer fundamenta su vida en una base inconmovible; con las calles anchas. Sus vías urbanísticamente higiénicas; la altura magistralmente calculada de sus casas. Con la belleza de sus jardines y arboledas; tónico con que la Ciudad se conforta, con el aire embalsamado, de un bosque de pinos. Y esta otra época, que, cual el elemento que integra el nuevo puente, es una argamasa heterogénea, careciendo de aquella otra fecunda en vitalidad, porque le falta el espíritu con la que la primera nació. Dos puentes. Dos civilizaciones. Dos épocas. Dos historias. Y con todo ello, la mente y el corazón del hombre. Pero distintamente aplicadas. Y como el mar, en dos distintos movimientos. 

El puente de Santa Catalina fué bautizado con este nombre, como continuación del barrio de Santa Catalina. Que hasta 1719, existe con aquella Iglesia parroquíal, destruída durante el sitio de las tropas del Mariscal Berwick; así como el Hospital. Fué la Iglesia de la Orden de los Templarios, que perteneció después a la Orden de San Juan. Templo donde se celebraban todas sus funciones religiosas, no sólo del Consulado de San Sebastián, sino del gremio de mareantes, que posteriormente tuvo su altar, en la actual Iglesia de Santa María. 

El nombre del nuevo puente, lo acuerda el Ayuntamiento. También tiene su historia. La de una vida. Se reúne la Corporación Municipal el día 13 de diciembre de 1904. No hay discusión. Considera que es un deber de justícía que se bautice con el nombre augusto de María Cristina, y así se acuerda. El puente de María Cristina es, en el recuerdo, un tributo de respeto y reconocimiento. De respeto, a la realeza. De reconocimiento, a una Reina que dió a la Ciudad de San Sebastián, el más alto de los prestigios. Que la amó y la protegió. Y, por rara unanimidad en aquellos Ayuntamientos de ideales contrapuestos, se acordó así. Llega el día 20 de enero del año 1905. Es el día de San Sebastián. Y el nuevo puente de María Cristina se inaugura con toda solemnidad. naite 

Es el puente de los nuevos métodos. Del invento constructivo de la mente humana. Del avance de la cultura en la ingeniería civil. No es la novedad por ser novedad, sino porque el hombre lo ha creado para un progreso material, que lo entiende como bien de la humanidad. Es la obra de una síntesís en el progreso. Y una sindéresis colectiva en la aplicación. No tendrá la duración de lo eterno, pero sí la novedad en el íngenio humano. 2Los artífices que realizaron la obra de un puente, no tomaron la piedra y la címentaron, la trabajaron, la tallaron y la ornamentaron. Mezclaron los elementos, y con arreglo a teorías desconocidas ayer, borraron las ideas de la cultura de la piedra. Asimilaron elementos nuevos de energía. Y pensaron en la idea antes que en el sentimiento. La históríca constructíva desapareció.

Como la Ciudad de San Sebastián, en el principio de Ciudad moderna; optó síempre por el adelanto y por la novedad, el puente de María Cristina, como tal, interpretó cabalmente, el pensamiento de la vida urbanística de aquellos Ayuntamientos. El reinado de la novedad en todo. Puente de Santa Catalina, con levita, sombrero de copa, guantes y bastón con puño de plata. Alta la frente sobre cuello de alba brillantez. 

Puente de María Cristina; chaquet, y sombrero hongo en iniciación de decadencia. Paso al sombrero flexible, sobre cabezas de cuello blando y de color. Frente a la Autoridad, libertad mal entendida. 

Y fueron de júbilo las fiestas que San Sebastián celebró. 

Era entonces Alcalde de la Ciudad, don José Elósegui. Pronunció un discurso en el acto de la inauguración. En nombre de Su Majestad la Reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, corta el cordón de flores, que cerraba las entradas del puente. Las bandas de música preludian los prímeros compases de la Marcha Real. El Orfeón Donostiarra canta un himno a San Sebastián con los alumnos de la Academia Municipal de Música, y la Ciudad comienza, con aquellos actos, la serie de fiestas conmemorativas de la inauguración. 

Fiesta religiosa en la Parroquia de Santa María, con la inauguración del nuevo muelle. Distribución de cinco premios a los cinco obreros que más se distinguieron en los trabajos de ejecución del nuevo puente. En el salón de recepciones de la Casa Consistorial se sirve un lunch. Pasan de trescientos los invitados. Y en los puentes de Santa Catalina y María Cristina, las bandas populares de música, amenizan las últimas horas de la tarde. Fuegos artificiales, y el paso de gracía operesca, el zezen-zusko,; número obligado en todas las fiestas del donostiarrísmo, auténtico; callejero, recóndito, de barrío, apoteósico y clamoroso; un poco detonante; pero original, divertido y muy «coshquero».

(Adrián de Loyarte)







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